Columnistas

Perdón y olvido

24 de julio de 2015

Perdón y olvido pertenecen a la vida cotidiana. Palabras que de tanto usarlas terminan no diciendo nada. Perdonar es olvidar, olvidar es perdonar. Nadie sabe a qué atenerse.

Leo: “Humana y jurídicamente no se justifica el perdón”. Y citando a Jeremías 3, 1-5, sigo leyendo: “¿Cómo podría contar con el perdón la esposa infiel, ella que no se ruboriza por su prostitución?”.

Un poeta, fuera de sí, comienza así su poema: “Lo mejor del recuerdo es el olvido”. Mira su verso. Lo lee. Lo relee. El gozo no le cabe en el corazón. Sí, vivir olvidando es lo mejor del recuerdo. Entiende que no se entiende. Perdono pero no olvido, olvido pero no perdono. Perdón y olvido, un mar de confusión.

¿Qué es perdonar? Restablecer una relación dañada a causa de una ofensa. Ofender es dañar una relación. El daño produce desazón, disgusto, malestar.

La ofensa tiene dos polos, el ofensor y el ofendido. La ofensa puede salir del ofensor y no llegar al ofendido, porque este puede ser inmune a la ofensa, como pasa con Dios.

El creyente le pide perdón a Dios. En realidad, Dios no perdona, porque no se ofende. Si se ofendiera, no sería Dios. Pero la ofensa salió del ofensor, por lo cual necesita perdón. Dios perdona la ofensa que salió aunque no llegó.

Perdono pero no olvido es el decir común, como si el perdón tuviera que ver algo con el olvido. En verdad, son dos realidades diferentes, hasta el punto de que yo puedo perdonar teniendo memoria lúcida de lo que pasó. Perdono cuando mi corazón, cuyo poder es ilimitado, suprime la ofensa que dañó la relación.

Cultivo con solicitud mi corazón para ser inmune a la ofensa. Ni ofendo ni me ofendo. Pedir perdón sin haber ofendido carece de sentido.

S. Juan de la Cruz tiene una frase admirable. “Claro está que siempre es vano el conturbarse, pues nunca sirve para provecho alguno”. Me turbo cuando mi corazón ofende o se ofende. Pero la armonía entre memoria y perdón tiene puesto de privilegio en mi corazón.

Perdono pero no olvido. La buena memoria apuntala mi generosidad para perdonar si ofendo o soy ofendido. Jesús hizo esta oración: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Necesitaban perdón porque ofendieron. Jesús, en cambio, no perdonó por no ofender ni haberse ofendido. “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30) fue el secreto que siempre lo protegió .