PERO NO SE ESTRESEN RESPETADOS PROFES
Que un funcionario desde la altura capitalina y capitolina subestime a un profesor es cuento viejo. Los méritos universitarios, para no pocos de quienes ejercen tareas públicas, importan siempre y cuando sirvan para decorar hojas de vida. Ahí está un ejemplo aberrante en los falsos doctorados que han venido descubriéndose. Y además, si el presidente de la empresa petrolera más grande del país quiso ridiculizar a un crítico universitario, esa es una forma de expresión de la arrogancia de todos aquellos que sienten que han cogido el cielo con las manos porque los dotaron de atribuciones superiores. Más todavía, burlarse del contradictor, descalificarlo con un chiste flojo, es normal entre los cultores del unanimismo oficialista, que no admiten opiniones discordantes. No hay por qué extrañarse.
Los comentarios que ha activado el incidente ocurrido en la Comisión Quinta de la Cámara durante una sesión sobre las licencias para explorar petróleo en parques nacionales deben motivar, mejor, un examen de la situación de los profesores en el país actual, sin exagerar con la judicialización del caso: El profesor de la Universidad Industrial anunció que denunciará al funcionario por injuria y calumnia. Allá él. Es plausible defender la dignidad de la docencia. Pero la cuestión de fondo está en la valoración real y no sólo retórica del profesorado universitario. ¿Se justiprecia hoy en día en este país, o por el contrario estamos dejándonos arrastrar por la corriente mundial contemporánea que va convirtiéndolo en quehacer productivo al servicio de una clientela y no de un proyecto trascendental como el de la educación?
Sobre la profesión de profesor gravita la amenaza del estrés. Varios estudios hechos en España (citados por el Observatorio de la Universidad Colombiana) señalan que entre los factores que perturban el trabajo nuestro están el constante escrutinio externo, la imposibilidad de conciliar la vida personal con la laboral y la necesidad de mostrar siempre resultados. El valor del conocimiento se menosprecia por la eficiencia, concluyen.
Al Plan de Bolonia le atribuyen buena parte de los problemas actuales, porque ha burocratizado la actividad docente: Un profesor tiene que dedicarle a rellenar formularios el tiempo que debería destinar a las tareas inherentes a su trabajo, a leer, estudiar, conversar, escribir, etc. Es el profesor sometido a la tramitomanía, expuesto a control y vigilancia permanentes, forzado a cumplir condiciones discutibles para ascender, pero, también, agobiado por un matoneo sutil y a veces manifiesto, que tiene que aguantarse para conservar el puesto, sobre todo si es joven y el acosador es su jefe inmediato.
No nos estresemos más de la cuenta, respetados profesores, por las impertinencias de un funcionario. Preocupémonos, mejor, por el estrés que ha convertido la docencia, como suele decirse, en una lucha de clases.