Pistolitas de juguete
“No fue tan grave como se vio. No soy ningún asesino”, dijo Fabián Enrique Vargas luego de entregarse voluntariamente a las autoridades que lo buscaban.
Este tipo se hizo famoso durante los disturbios que se presentaron en las marchas del Día del Trabajo en Bogotá. Escondido bajo una capucha y con la frialdad de un asesino a sueldo, sacó un arma, les apuntó y les disparó a los agentes del Esmad. Todo quedó registrado en video.
No quedaba duda de que estábamos frente a un atarván, fiel reflejo de lo violentos e intolerantes que pueden llegar a ser los colombianos. Pero, relax, no pasó nada importante. El arma con la que Vargas apuntó a los policías resultó ser de fogueo. Un revólver de juguete, tan inofensivo como una pistolita de agua. Por eso, “no fue tan grave”, como él mismo aseguró.
Lindo, mansa paloma que no le iba a hacer daño a nadie. Pero su comportamiento puso en riesgo muchas vidas. Era imposible que los agentes se hubieran muerto de la risa y le dijeran: “uy, qué tirazo, pensamos que era un arma de verdad”. ¿Qué habría pasado si la policía reaccionaba ante semejante provocación? La historia sería distinta. Al apuntar todo cambió, pues no estamos en la sociedad del chiste. Por el contrario, estamos en un reino de irascibles. En medio de una turba prendida, en la que los reivindicadores de los derechos laborales quedaron a un lado para dar paso a los azuzadores profesionales, usar un arma de juguete como si fuera de verdad, se resume en pocas palabras: ganas de hacer daño.
Hasta ahí nadie duda que fue una completa irresponsabilidad y un comportamiento sospechoso, por demás (¿quién sale a caminar un primero de mayo con una pistola de juguete en la mochila, le da por unirse a una marcha que va por ahí pasando y sacar la pistola porque sí?). Sin embargo, para la justicia no meritó para un castigo. Simplemente se trató de un díscolo de comportamiento frugal. Por eso, Vargas está en libertad. El juez de garantías del caso consideró que no ofrecía peligro para la sociedad y los que consideran que merece un castigo ejemplar por irresponsable y mente retorcida, se quedaron con los crespos hechos. El abogado de este irresponsable la sacó del estadio y metió a la justicia en un galimatías de padre y señor mío: ¿Será que sí hizo algo malo este muchachito?
Entonces nació una discusión de abogados sobre el derecho probatorio. Que si se le puede tipificar tentativa de homicidio, que no hay mérito delictivo, que toca probar si esa es el arma que se ve en el video, que la persona actuó en legítima defensa al verse rodeado de marchistas alevosos, en fin. Claro, ellos felices porque se enriquece la discusión teórica que hará más probos a los juristas. Ay, Dios, que hijuemadre vicio en este país de pegarse al método exegético, como si el sentido común no existiera. Mientras tanto, Vargas debe estar relajado en su casa, riéndose, viendo series de televisión, que según él mismo es lo que le gusta hacer.
Ser tan permisibles con cosas como esta abre la puerta a que muchos usen pistolitas de juguete para cometer hechos delictivos e intimidar a quien quiera, so pretexto de luego decir que ese impulso irracional que los llevó a poner en riesgo la vida de otros era simplemente un chiste.
Vargas actuó como un irracional, como un criminal en potencia. Reflejó lo que a muchos les gusta hacer en este país: destilar rabia, odiar el orden, masacrar la tolerancia y jugar al vandalismo. Tipos así le tienen cogido el tiro a un sistema judicial que no es capaz de procesarlos por inoperancia, vacíos normativos o por lo que sea. Colombia está llena de tipos así, gente que le encanta hacer daño. No hay mucho más qué decir, pero qué decepción tan verraca la que se siente. Con razón tanta gente no cree ni confía en la justicia.