POLICÍAS Y CORTES RACISTAS EN CHICAGO
Como lo concluyó el pasado miércoles un informe contratado por el alcalde de Chicago Rahm Emanuel, el racismo dentro del Departamento de Policía de la ciudad es descontrolado: los negros de manera desproporcionada se ven sujetos a detenciones de tráfico, pistolas eléctricas y detenciones en la calle que no resultan en arrestos; también constituyen un abominable 74 % de las 404 personas a quienes la policía de Chicago disparó entre el 2008 y el 2015.
Sin embargo lo que el informe no dice, y lo que muchos de los mismos habitantes de Chicago tal vez no saben, es que la corrupción no se limita al Departamento de Policía. Las prácticas racistas se extienden hasta bien adentro de las cortes criminales, ciertamente son la misma base de los casos que entran al sistema de las cortes. Las manos de muchos jueces y fiscales están tan sucias como las de los racistas de azul.
Sé esto por experiencia. En 1997, me convertí en secretaria del juzgado en la fiscalía del Condado de Cook, el cual cubre a Chicago. Muchos de mis días comenzaban con mis supervisores reuniendo a oficiales de policía que estaban programados para servir de testigos.
Los oficiales, vestidos de civiles, entraban en la oficina con un periódico enrollado debajo del brazo, como si estuvieran entrando al baño en lugar de una oficina. Con frecuencia, se sentaban en la tribuna del jurado, al lado del juez y obedientemente me enseñaban cómo realmente funciona el sistema judicial, cómo los hombres negros realmente son ‘perros’ y cómo los jueces y fiscales que se centran en esa ‘tontería’ de eso del debido proceso son ‘liberales’ que están botando ‘sus’ casos.
Los fiscales y jueces frecuentemente participaban en esta cultura. Ellos hablaban de manera abiertamente racista en la corte, parodiaban los nombres que sonaban negros o usaban el inglés negro (ebonics) bastardeado para imitar las voces de acusados, familias y víctimas. Lo que descubrí es que los abogados eran casi tan bien versados en la marca de justicia callejera del Departamento de Policía de Chicago como en el código criminal. Y sabían que denunciarlo o resistir esta cultura de cualquier manera podría costarles su reputación, su empleo o incluso su seguridad.
Un juez con quien yo trabajaba frecuentemente me dio mi primera lección en ley criminal, al estilo del Condado de Cook. No hizo referencia al código criminal ni a la Constitución. Me enseñó la marca de adquisición de casos del Departamento de la Policía de Chicago. Dijo que estuviera pendiente de una serie de casos en los cuales oficiales copiaban el mismo informe detallando cómo drogas “caían de los bolsillos de los acusados mientras “huían a pie”, frases comunes utilizadas por oficiales de policía. El juez dijo que “cierto” barrio (lo que era un código para negro y latino) tenía una epidemia de bolsillos llenos de huecos.
Yo pasé años investigando el sistema de cortes del Condado de Cook para un libro, incluyendo una multitud de entrevistas con fiscales y jueces. Sus historias se alineaban con mi propia experiencia. “Un oficial de policía mató a un tipo y dijeron que él les estaba disparando en ese momento”, me dijo un fiscal. “Yo me di cuenta que esto no tenía sentido pero me hice el ciego”. Cuando el fiscal mencionó a un supervisor inconsistencias en dos historias de oficiales, el jefe gritó, “usted es un fiscal, no un abogado defensor!”. Y asignó a un nuevo abogado.
Algunos apologistas dicen que este estilo de prácticas racistas, y los códigos de silencio que son requeridos para perpetuarlos, son los desagradables pero necesarios hechos de la vida para mantener la ley y el orden en la gran ciudad. Esto simplemente no es cierto. Tienen consecuencias terribles para los derechos y las libertades de aquellos menos capaces de protegerlos.