Política, el arte del bien común
Tomás Moro (1477-1535), canciller de Enrique VIII de Inglaterra, fue un político. Y un santo. La santidad lo llevó a la política, y la política a la santidad. Distintivo, la armonía.
Santidad es armonía. El hombre que hace de la armonía su razón de ser, avanza por el camino de la santidad. Dios es la armonía perfecta, la política perfecta, la santidad perfecta. Donde armonizan política y santidad, la presencia divina determina todo.
El hombre que cuenta con Dios, es el orante por excelencia. Dios en mí, yo en él. En mi lugar de partida está Dios, Dios es mi compañero de camino, Dios me espera en mi punto de llegada. Dios, el amigo siempre fiel.
Por contar siempre con Dios, Tomás miró la muerte de frente. La voz de la conciencia le indicaba con claridad a quién tenía que seguir. Y obedecer. Y rubricó su decisión con el martirio. Un canciller.
Desde la cárcel escribió a su hija Margarita. A pesar de “la maldad de mi vida pasada [...] no dejaré de confiar en su inmensa bondad”. Estaba lleno de gratitud para con Dios, porque “su gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida, antes que prestar juramento en contra de mi conciencia.”
Tomás estaba muy agradecido con el rey al encarcelarlo por el provecho espiritual que de ello “espero sacar para mi alma, más que con todos aquellos honores de que antes me había colmado”.
Y esperaba “confiadamente que la misma gracia divina continuara favoreciéndome, no permitiendo que el rey vaya más allá, o bien dándome la fuerza necesaria para sufrir lo que sea con fortaleza y de buen grado”.
El testimonio de Tomás impresiona demasiado. “No quiero, querida hija Margarita, desconfiar de la bondad de Dios, por más débil y frágil que me sienta”. Y le recordaba a su hija la bondad de Jesús con Pedro, a pesar de su traición.
Su carta termina así: “Querida hija Margarita, estoy seguro de que Dios no me abandonará sin culpa mía. Por esto, me pongo totalmente en sus manos con absoluta esperanza y confianza [...] Su misericordia, más que su justicia, se pondrá de relieve en mí”.
“Hija mía, no te preocupes por mí [...] Nada que Dios no quiera puede pasarme. Y todo lo que él quiere, por muy malo que parezca, es lo mejor”.
Tomás Moro, un corazón pequeño engrandecido por contar con el Creador. Modelo del político siglo XXI.