Políticos que leen
En estos tiempos, da la impresión de que los libros y los políticos no van de la mano. Aquellas estirpes lectoras, aquellos congresistas y presidentes ilustrados que tenían tiempo de ir a una librería por la tarde están en vía de extinción. Cada vez son menos los personajes que sorprenden a un librero en un día laboral, y de paso se toman una charla y un café, comentan un libro, hablan del país desde los relatos asombrosos. Yo conozco un par, muy respetados, escuchan al librero y luego se van felices con otros libros a enfrentar la vida. Pero deberían ser más. Los políticos y los libros deberían ir de la mano para hacer menos incierta esa carrera, para hacer más atinadas las políticas públicas, para pensar mejor la sociedad.
Por eso me encantó el artículo que publicó hace poco una de las críticas literarias más importantes del New York Times, Michiko Kakutani, sobre los libros que ayudaron a Barack Obama en la Casa Blanca. “En momentos particularmente difíciles, este trabajo puede ser muy solitario. Entonces tienes que saltar a lo largo de la historia para encontrar a personas que se han sentido igual; eso ha sido útil”, dice Obama, quien en esos momentos en los cuales los eventos sucedían tan rápidos y se transmitía tanta información, la lectura le presentaba la oportunidad de “desacelerar y conseguir nuevos puntos de vista”, así como tener la habilidad de ponerse “en los zapatos de otros”.
El expresidente de los Estados Unidos buscó consejo tanto en lo escrito por Lincoln, Martin Luther King, Gandhi y Nelson Mandela, como en los novelistas Marilynne Robinson, Colson Whitehead o V.S. Naipaul, con quien irremediablemente pelea cada que ve ese punto de vista cínico y realista de novelas como “Un recodo en el río”.
Pero Obama, además de lector solitario también disfrutó compartir cuentos con los niños en la fiesta de pascua en la Casa Blanca. Hay una foto que tengo al frente de mi escritorio porque me encanta. En ella está él y su esposa Michelle dramatizando “Donde viven los monstruos”, de Maurice Sendak. Ambos adultos están metidos en la historia, no es una simple pose ante los medios. Esta imagen siempre me hace pensar que si un político tiene tiempo para compartir un cuento con los niños, la esperanza de vivir en una mejor sociedad está viva. Por lo mismo no me imagino a Donald Trump en esas, de hecho, no me lo imagino en nada. No es sino recordar una entrevista al Washington Post en 2016, allí dijo que no necesita leer extensamente porque alcanza las decisiones correctas “con muy poco conocimiento, aparte del conocimiento que yo tenía más las palabras y el sentido común”.
Obama, por su parte, en un testimonio rescatado por EL COLOMBIANO, dijo que “en los albores del siglo XXI, donde el conocimiento es literalmente poder, donde abre las puertas de la oportunidad y el éxito, todos tenemos responsabilidades para inculcar en nuestros hijos un amor de la lectura”.
Los libros, definitivamente, marcan muchas diferencias, ya las estamos viendo en ambas formas de gobierno.