Columnistas

Populismo sin democracia

07 de febrero de 2017

Parece ser que estamos viviendo en una época populista. Hay una crisis de legitimidad de la democracia representativa. La percepción de que el sistema no funciona se expande de país en país, destruyendo los fundamentos de la democracia. La indignación, el disgusto y la furia, dirigidos contra los miembros de la élite política y económica, son evidentes. Vienen acompañados de reclamos por despidos de funcionarios y políticos, exigencias de penas carcelarias, e incluso cambios revolucionarios. ¿Pero qué es el populismo y qué relación tiene con la democracia?

Según Jon Beasley Murray, el populismo se puede caracterizar así: i) marca una división fundamental entre pobres y ricos, entre los que gobiernan y los gobernados; ii) las élites son acusadas de abusar de su posición de poder y de no actuar de conformidad con los intereses del pueblo como una totalidad; y iii) e insiste en que la primacía del pueblo debe ser restaurada. Estos elementos los comparten el populismo de izquierda y de derecha, aunque hay importantes diferencias.

Mientras que el populismo de izquierda (Chávez, Maduro, Fernández de Kirchner, Correa) considera al populismo como una fuerza positiva para la democracia, muchos autores afirman que el populismo de derecha es enemigo de la democracia. El “pueblo” del populismo de izquierda está formado por los excluidos del disfrute de la participación política y el bienestar económico; por el contrario, el “pueblo” del populismo de derecha es xenófobo y excluyente. El pueblo construido por el líder populista (We the people) no quiere más a los inmigrantes en su nación, pues estos son una amenaza para la propia sociedad.

El populismo de izquierda sustituye la fracasada democracia representativa por una nueva representación incluyente, con una ciudadanía activa. Y esto, por supuesto, debería ser bueno para la democracia. Pero el populismo de izquierda, cuyos ejemplos más notorios son Chávez y Maduro en Venezuela y la archimillonaria populista Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, han hecho bastante daño, como argumentaré en otra columna.

El representante más sobresaliente del populismo de derecha es Donald Trump, mezcla de arrogancia, patanería y vulgaridad. Es claramente un populista nacionalista, que con su brutal xenofobia pone en riesgo a los inmigrantes y amenaza al orden liberal internacional basado en el respeto de la democracia y los derechos humanos.

Trump articuló los diferentes temores y resentimientos de los sectores afectados por la globalización y, de esta manera, logró constituir una oposición entre el pueblo norteamericano y la élite demócrata en el poder, mediante una argumentación populista en la cual “el pueblo”, presentado como víctima de los inmigrantes, fue contrapuesto a quienes controlaban el poder político y económico, el partido demócrata y la globalización.

El populismo de Trump es una fuerza negativa para la democracia porque proyecta sobre Estados Unidos una radical transformación del orden constitucional. Mediante las órdenes ejecutivas, busca sustituir las estructuras institucionales del sistema constitucional de este país, que plantean el equilibrio entre los poderes, por un modelo centrado en la preponderancia del poder ejecutivo. Así comenzó Hitler.