POR ESTOS DÍAS UNA FUERTE ECONOMÍA NO LO HARÁ POPULAR
Por Ruchir Sharma
redaccion@elcolombiano.com.co
Con Angela Merkel y Emmanuel Macron visitando a Donald Trump esta semana, gran parte del comentario se ha enfocado en lo tremendamente diferentes que son la seria canciller alemana y el presidente francés con mentalidad global, del voluble presidente estadounidense. Pero los tres sí comparten algo: todos son impopulares en casa a pesar de los buenos tiempos económicos.
Esto es nuevo. Durante la mayor parte de la era de la posguerra, los votantes en las grandes democracias premiaban a los líderes por economías fuertes y los castigaban por políticas que perjudicaban el crecimiento. Ahora el vínculo entre la buena política y la buena economía parece haberse roto.
El año pasado, la economía global finalmente se estaba acelerando después del letargo que siguió a la crisis financiera del 2008. El desempleo llegó a niveles más bajos en décadas, y la inflación casi desapareció. Pero para enero, mi índice de calificaciones de aprobación para los líderes en 20 democracias principales mostraron que su calificación promedio alcanzó un nuevo mínimo de solo 35 %, un bajón con respecto a más de 50 % de hace una década.
Trump es la primera muestra de esta conexión deshilachada entre política y economía. Las encuestas de confianza del consumidor muestran que los estadounidenses no se han sentido tan bien con respecto a la economía desde al menos el apogeo del boom de las puntocom en el 2000. Sin embargo, las calificaciones de aprobación de Trump rondan por bajos históricos en esta época del primer mandato de un presidente. Muchos comentaristas asumen que esto se debe a que la personalidad divisiva de Trump ha eclipsado a la fuerte economía.
Pero la personalidad no puede explicar las luchas de Merkel, quien es tan sosa como Trump es controversial. Alemania está disfrutando de una recuperación aún más sorprendentemente robusta que la de Estados Unidos. Sin embargo en septiembre, Merkel guió a su partido hacia su peor actuación desde 1949, y su índice de aprobación sigue deprimido.
El mismo declive ha afectado a Macron y otros líderes decididamente dominantes como el primer ministro Justin Trudeau de Canadá y Shinzo Abe, primer ministro de Japón. Sin embargo, ninguno de estos líderes se acerca a igualar Trump en extravagancia. Los tres son vistos como reformadores económicos que han producido resultados relativamente fuertes, pero todos tienen índices de aprobación de alrededor del 40 %, tan malos como los de Trump.
Toda la política es local, y tal vez todos estos líderes están sufriendo contratiempos debidos a asuntos políticos. Pero eso sería una gran coincidencia. Algo más parece estar funcionando.
Tal vez la explicación más persuasiva es el aumento del populismo rabioso, construido con base en el rechazo del orden establecido y un creciente enfoque sobre asuntos de cultura e identidad nacional, en lugar de resultados económicos prácticos.
En el pasado el populismo tendía a aumentar en malos tiempos y decaer en los buenos, así que podría haber esperado que decayera a medida que la recuperación global aumentó el empleo y los salarios a lo largo de los últimos 18 meses. Pero los factores económicos podrían no importar tanto en una edad política amargamente emocional, y las tasas de aprobación han seguido bajando.
La naturaleza cambiante y el control de las noticias también ayuda a explicar una desconexión aún más inesperada entre las realidades políticas y económicas: los escasos líderes que siguen siendo populares a pesar de una economía tambaleante. En Rusia, la tasa de aprobación de 80 por ciento del presidente Vladimir Putin recientemente le ayudó a conseguir otro período de seis años en el poder, a pesar de condiciones económicas dolorosamente malas desde el colapso del precio del petróleo del 2014. Él ha seguido siendo popular dominando a los medios, marginando a los rivales y suscitando al nacionalismo por medio de acciones como la conquista de Crimea.
Como Putin, el presidente Recep Tayyip Erdogan de Turquía ha usado el control estatal de los medios, teorías de conspiración nacionalistas y aventuras extranjeras (incluyendo el reciente despliegue de tropas a Siria) para mantener su popularidad. Envalentonado por sus tasas de aprobación, Erdogan acaba de llamar a elecciones para junio.
Estas tendencias son preocupantes. La buena economía debería seguir siendo buena política. Las democracias funcionan mejor cuando los votantes hacen responsable a los políticos por los resultados económicos. Si los líderes sienten que la economía ya no importa, quedan libres para impulsar cualquier política que energice su base, lo cual podría explicar las recientes amenazas nacionalistas de Trump contra China y populistas contra las grandes empresas, ambas políticas económicas posiblemente malas.