Columnistas

Por fuera de la foto

20 de mayo de 2016

Sabíamos desde un principio que tendríamos que tragar sapos y, posiblemente, de tamaño descomunal. Lo teníamos claro, porque se iniciaba un proceso de negociación, y no de rendición. Quienes se plantaron en el norte del sometimiento se anclaron en procedimientos que no corresponden a tantas experiencias que se han dado en el mundo para conciliar con grupos en conflicto, y de las que es inteligente aprender.

Si en una negociación solo resulta exitosa una de las partes, no es una negociación, es una farsa. Negociar implica dos ejercicios: entregar y recibir, el efecto de la satisfacción, y el del dolor también. Otro columnista de este periódico escribía en días pasados: “La paz exige un cierto sacrificio de la justicia”.

Difícil negar que es inminente el momento de la firma del Acuerdo de Paz. Después de tanto desgaste de tiempo, política y gobierno, ya no hay lugar a más cortapisas a ese logro, por intereses partidistas, rencillas personales, celos de liderazgo o diferencias conceptuales. Es el momento de desprendernos de la guerra que, por más de medio siglo, causó cerca de trescientos mil muertos, seis millones de desplazados y siete millones de víctimas, y se había vuelto nuestro modus vivendi. No más discursos para deslegitimar el enorme esfuerzo que ha hecho el país, no más provocaciones para crear malestar dentro de las fuerzas militares, no más etiquetas de comunismo para las expectativas de los diálogos, no más iniciativas de resistencia ciudadana, que no imaginamos adónde puedan llegar, no más nudos para crear desconfianza, desconcierto y miedo, y propiciar el fracaso de los diálogos.

La lección más contundente en la postura de esta esperanza es la que nos vienen dando quienes han sido víctimas directas de esta guerra. Son ellos los que han manifestado, con ejemplar generosidad, su disposición para la reconciliación, y la urgencia para pasar la página en esta historia de dolor.

Lo sensato es empezar a ocuparnos de los retos que nos traerá el posconflicto. Para que, como es usual en nuestra historia política, no se quede el Acuerdo en documentos de archivo y esperanzas brumosas. Que el Estado, desde todos sus estamentos y con instituciones transparentes, se prepare para implementar estrategias que realmente reparen a las víctimas y ofrezcan garantías efectivas a los nuevos insertados a la sociedad, con reales condiciones para ejercer su ciudadanía, acceder al ejercicio de la política y a cargos de elección popular. Para que este corte de historia signifique una real oportunidad para el sector rural que, siendo el eje central de la dinámica del país, desde las pasadas guerras partidistas se ha llevado la peor parte en el proyecto nacional.

Los pasos dados legitiman la esperanza de la culminación del proceso. Pero ese será apenas el comienzo de un extenso trabajo para recuperar el buen viento para nuestro país; no traerá la paz definitiva, pero sí el primer paso hacia una sociedad más incluyente, hacia un nuevo comienzo. La foto para la historia no será la de “Timochenko” y Santos en La Habana, con escena de teatro facilitada por el presidente cubano; ni siquiera la que pueda publicarse en la fecha de la firma del Acuerdo. La foto real de la paz será una construcción colectiva que irá configurando la materialización efectiva de los compromisos firmados y, con ello, de un nuevo país.

Nadie puede quedar por fuera de ese compromiso para cambiar tantos hábitos y políticas que nos llevaron a la barbarie. Tan larga historia de horror tiene que enseñarnos que nadie puede quedar por fuera de la foto.