Por qué el Trumpismo podría no perdurar
Donald J. Trump disfrutó de una rara satisfacción para un presidente recién inaugurado -despidiéndose de no solo un rival derrotado, sino de tres.
Su inesperada victoria sobre Hillary Clinton superó a la institución demócrata de 25 años conocida como Clintonismo que data desde la exitosa administración de su esposo en los años 90. Aplastó el intento del presidente Barack Obama por asegurar su legado, y la quinta victoria de su partido en siete años.
La aproximación no convencional del nuevo jefe ejecutivo a la política republicana podría crear un ‘Trumpismo’ duradero que rehace su partido, alimentando éxito más allá del suyo. Pero hay razones tempranas para dudar.
La lucha partidista de Estados Unidos enfrenta tradiciones filosóficas históricamente resonantes unas con otras. Los demócratas abogan vigorosamente por la igualdad social y económica, los republicanos por la libertad individual y la libertad económica. Los presidentes que alteran el equilibrio competitivo modernizan a sus partidos para cambiar las circunstancias demográficas, económicas y culturales.
Tarde en el siglo XX, el mensaje de Ronald Reagan de impuestos más bajos y gobierno más pequeño realineó a los “demócratas de Reagan” y destrozó la coalición New Deal de Franklin D. Roosevelt. Más tarde, Bill Clinton ofreció un “puente al siglo XXI”, atrayendo a un bloque creciente de baby boomers educados ofreciendo tolerancia, moderación fiscal y un manejo orientado hacia el mercado para los objetivos económicos demócratas.
Barack Obama construyó con base en eso empleando el poder del creciente electorado no blanco, el cual se ha duplicado desde el progreso de Clinton en 1992. La dominancia de Obama entre votantes jóvenes, reflejando la de Reagan y Clinton anteriormente, alarmó a los republicanos después de su reelección en 2012.
Trump en esencia hizo lo contrario. Ganó maximizando el apoyo en estados decisivos entre segmentos del electorado en declive: votantes mayores, campesinos, blancos, sin educación superior. Le fue peor entre los jóvenes.
Su llamado para “Hacer a América grande otra vez” estaba dirigido abiertamente a la nostalgia. Con más vehemencia que los otros republicanos, el desarrollador billonario prometió avanzar las posibilidades para los por mucho tiempo acongojados votantes de clase trabajadora en una era de desigualdad creciente.
“Por demasiado tiempo, un pequeño grupo en la capital de nuestra nación ha cosechado los premios del gobierno mientras que el pueblo ha cargado con el costo”, declaró en su discurso inaugural.
En su administración, prometió “toda decisión sobre comercio, impuestos, inmigración, asuntos extranjeros será tomada para beneficiar a trabajadores y familias americanos”.
Sin embargo la agenda del nuevo presidente, como su campaña de retórica, con frecuencia mira hacia atrás.
Busca reavivar una industria del carbón que se está hundiendo bajo el peso de la competencia del gas natural y preocupaciones ambientales. Ese énfasis arriesga ceder empleos y acciones en el mercado del creciente sector de energía renovable a China.
La política comercial de “América primero” de Trump afronta la marea de la globalización que ha reformado la economía mundial. Su postura en cuanto a inmigración pone en peligro las esperanzas republicanas de añadir apoyo latino y su búsqueda de más crecimiento económico, dado que las empresas necesitan inmigrantes.
Trump ha presionado a las compañías para que eviten el trabajo menos costoso en el extranjero e inviertan en EE. UU. Si tiene éxito, podría ayudar a moderar algunas características más duras del capitalismo del siglo XXI al alterar los análisis de costo-beneficio corporativos.
No es claro qué tan vigorosamente el nuevo presidente se enfrentará al “establecimiento corrupto” que ha condenado. Egresados de Goldman Sachs dirigirán su Departamento del Tesoro y el Consejo Económico Nacional.
En impuestos, ofrece recetas de la era Reagan, como la reducción de las tasas sobre los mayores ingresos y la eliminación de los impuestos sobre herencias. Ponnuru, quien aboga por un enfoque “profamilia” centrado en las personas de ingresos más bajos, espera que su retórica de la campaña finalmente lo hale a él y a su partido en ese sentido.
Los presidentes también pueden modernizar a sus partidos por medio de técnicas de campaña actualizadas. Rove mostró cómo la campaña del “patio del frente” de McKinley explotó el crecimiento de los medios de la última parte del siglo XIX. Trump ha forjado un nuevo camino usando Twitter.
¿Pero ese púlpito digital es un modelo para otros republicanos sin su estilo? Y más importante aún, ¿remodelar el partido republicano está en la agenda de Trump? “Es difícil imaginar que a él le importa modernizar su partido”, dijo Stan Greenberg, el encuestador del Sr. Clinton en 1992. “Lo que él sí parece estar haciendo es dominar a su partido”. Eso es indiscutible. Priebus, en un entonces el jefe republicano, ahora trabaja para él.