Columnistas

17 de septiembre de 2018

Por STEPHEN M. STRADER
redaccion@elcolombiano.com.co

Hace 29 años, el huracán Hugo llegó a tierra al norte de Charleston, Carolina del Sur, una tormenta de categoría 4 con vientos máximos estimados en 140 millas por hora y la marea de tormenta más alta jamás registrada en la costa este. Las ráfagas de viento de fuerza de huracán se sintieron cientos de millas tierra adentro. Fue el huracán más costoso de la nación en el momento, con daños de alrededor de US$ 7 mil millones.

Desde que esa tormenta azotó las costas de ambas Carolinas, se estima que 610.000 casas se han construido dentro de 50 millas de sus costas, según mi investigación. Casi todas se encuentran dentro del cono de incertidumbre que abarca el camino probable de otra tormenta monstruosa, el huracán Florence, que está avanzando en la costa, y que se espera toque tierra el 14 de septiembre.

Frecuentemente escuchamos que el cambio climático está influenciando la frecuencia y la fuerza de tormentas tropicales, olas de calor e incendios forestales, y esto es cierto, aunque es demasiado temprano para decir qué influencia podrán tener las temperaturas más calientes sobre el huracán Florence. Esa respuesta debe esperar una autopsia por parte de los científicos del clima. Pero también es cierto que el rápido desarrollo costero está amplificando el impacto de los fenómenos meteorológicos y climáticos como el huracán Hugo y los que se esperan con el huracán Florence en los próximos días.

De hecho, según investigaciones por mi parte y las de mis colegas, la causa raíz de la cifra ascendente de desastres relacionados con el clima en el país no es necesariamente un aumento en la frecuencia o intensidad de esos eventos sino la exposición elevada y la vulnerabilidad de las poblaciones que están en su camino.

Eso podrá parecer obvio, aunque tal vez no lo sea para las personas que se han mudado a lugares que probablemente algún día serán áreas de desastre. Ese hecho o no lo han notado o parece ser de poca importancia para ellos.

El proceso de crecimiento de la población y el desarrollo que influye la magnitud y frecuencia de desastres se conoce como “expandir el efecto del centro de la diana”. No sólo es el aumento de la población lo que es importante en elevar la probabilidad de desastre sino también cómo la población y el ambiente construido se distribuyen a través de un paisaje. A medida que los blancos -personas, casas, negocios- se vuelven más numerosos y se amplían por el panorama, también lo hace la probabilidad de que será golpeado por un tornado o huracán, por ejemplo. Y ese patrón en expansión determina la severidad del desastre.

Desde 1940, el desarrollo dentro de 50 millas desde la costa de Carolina ha aumentado aproximadamente 2.180%, o en 1.3 millones de casas. Como mencioné antes, casi la mitad de este desarrollo ha tenido lugar después del huracán Hugo, y muchas de estas casas fueron añadidas en sectores de alto riesgo como llanuras de inundación.

Parece existir algún tipo de “amnesia de desastres” con respecto al desarrollo de nuestra tierra después de una calamidad.

Hace más de una década, 10 expertos climáticos líderes se sintieron obligados a emitir una declaración diciendo que el debate de ese entonces sobre si el calentamiento global estaba intensificando a los huracanes era una distracción del “problema principal de los huracanes que enfrenta los Estados Unidos.” El problema, dijeron, era la continua “marcha hacia el mar como lemmings” en forma de desarrollo costero continuo en lugares vulnerables. “Estas tendencias demográficas”, dijeron, “nos están preparando para el rápido aumento de las pérdidas humanas y económicas por los desastres provocados por los huracanes”.