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POR QUÉ LOS PARTIDARIOS DE TRUMP NO SE MOLESTAN CON SUS MENTIRAS

30 de abril de 2018

Por Daniel A. Effron

En sus primeros 400 días en la presidencia, el presidente Trump hizo más de 2.400 declaraciones falsas o engañosas, según The Washington Post. Pero una reciente encuesta de Gallup muestra sus tasas de aprobación entre republicanos en un 82 %. ¿Cómo cuadramos estos dos datos?

Algunos seguidores sin duda creen muchas de las falsedades. Otros podrían reconocer las declaraciones como falsedades, pero las toleran como un efecto secundario del estilo de retórica improvisado que tanto admiran. O tal vez se han insensibilizado a la deshonestidad por el simple volumen de esta.

Sospecho que hay una explicación adicional y poco valorada de por qué las falsedades de Trump no han generado más indignación entre sus seguidores. Ingeniosamente o no, los representantes del Sr. Trump han utilizado una sutil estrategia psicológica para defender sus falsedades: animan a la gente a reflexionar sobre cómo las falsedades podrían haber sido verdad.

Mi nueva investigación sugiere que esta estrategia puede convencer a los seguidores de que no es tan poco ético para un líder político decir una falsedad - aunque los seguidores están conscientes de que la declaración es falsa.

Considere algunos ejemplos. Cuando el presidente Trump retuiteó un video falsamente que pretendía mostrar a un inmigrante musulmán cometiendo un asalto, Sarah Huckabee Sanders, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, lo defendió diciendo: “Sea o no un video real, la amenaza es real”.

En otra ocasión, la Sra. Sanders admitió que Trump se había inventado una historia sobre cómo Japón deja caer bolas de bolos sobre carros americanos para poner a prueba su seguridad, pero argumentó que la historia todavía “ilustra las formas creativas en que algunos países pueden mantener a los bienes estadounidenses por fuera de sus mercados”. Cuando se le preguntó acerca de la afirmación falsa de que la toma de posesión de Trump había atraído a la mayor muchedumbre inaugural de la historia, Kellyanne Conway, consejera del presidente, sugirió que las inclemencias del tiempo habían mantenido lejos a la gente. En cada instancia, en lugar de insistir que la falsedad era cierta, Sanders y Conway implican que podría haber sido cierto.

Para ver si esta estrategia realmente ayuda a los políticos a desvincularse de la deshonestidad, recientemente realicé una serie de experimentos. Le pedí a 2.783 estadounidenses de todo el espectro político que leyeran una serie de afirmaciones de que se les dijo (correctamente) que eran falsas. Algunos reclamos, como la falsedad sobre la multitud de la inauguración, apelaron a los partidarios de Trump, y algunos apelaron a sus oponentes: por ejemplo, un informe falso (que circuló en Internet) que decía que el Trump había removido un busto del Rev. Martin Luther King Jr. de la Oficina Oval.

Se le pidió a todos los participantes que calificaran cuán antiético era decir las falsedades. Pero la mitad de los participantes primero fueron invitados a imaginar cómo la falsedad podría haber sido cierta si las circunstancias fueran distintas. Por ejemplo, se les pidió que consideraran si la inauguración habría sido distinta si el clima hubiera sido mejor, o si Trump habría removido el busto si hubiera podido salirse con la suya.

El resultado de los experimentos, publicados en Personality and Social Psychology Bulletin, muestran que reflexionar sobre cómo una falsedad podría haber sido cierta hizo que las personas la calificaran como menos antiética, pero solo cuando las falsedades parecían confirmar sus puntos de vista políticos. Los seguidores de Trump y los oponentes ambos mostraron este efecto.

Estos resultados revelan una sutil hipocresía en cómo mantenemos nuestras posturas políticas. Usamos diferentes estándares de honestidad para juzgar falsedades que encontramos atractivas políticamente en lugar de poco atractivas. Al juzgar una falsedad que calumnia a un político favorecido, preguntamos: “¿Fue cierto?” y luego lo condenamos si la respuesta es no.

En contraste, cuando se juzga una falsedad que hace que un político favorecido se vea bien, estamos dispuestos a preguntar: “¿Pudo haber sido verdad?” y luego debilitar nuestra repulsa si podemos imaginar que la respuesta es sí. Al utilizar un estándar ético más bajo para las mentiras que nos gustan, nos hacemos vulnerables a la influencia de los expertos y jefes de relaciones públicas.

Mi investigación sugiere una preocupación adicional: incluso cuando los partidarios están de acuerdo con los hechos, pueden llegar a conclusiones morales diferentes en cuanto a la deshonestidad de desviarse de esos hechos. El resultado es aún más desacuerdo en un mundo ya políticamente polarizado.

Culpe a la capacidad humana para imaginar lo que pudo haber sido.