Columnistas

¿POR QUÉ SÍ EN EL PLEBISCITO?

27 de septiembre de 2016

El mandato ciudadano para desactivar la guerra en Colombia es un deber moral y una responsabilidad política. La guerra corroe el espíritu, degrada la condición humana, insensibiliza frente al dolor ajeno, pervierte las normas de convivencia, incrementa las víctimas inocentes y corrompe cada vez más a los ideólogos y actores de los conflictos sociales.

Por el valor de la vida, el reconocimiento de la dignidad humana, el respeto a los Derechos Humanos y las oportunidades que brinda el silencio de las armas para trabajar en favor de la justicia social que conduce a la consecución de la paz, votaré por el sí en el plebiscito del 2 de octubre.

Demos nobleza a la vida intentando construir una sociedad justa, con derechos y deberes para todos, sin privilegios surgidos de la injusticia, la iniquidad y la crueldad histórica.

Los colombianos nos merecemos un nuevo orden social, jurídico, gubernamental y económico, capaz de corregir el establecido. Este no ha hecho más que fomentar y profundizar erróneamente las desigualdades, la exclusión, la segregación, la intolerancia, la ignominia y la falta de oportunidades para las mayorías nacionales. Entre tanto desnaturalizó sistemáticamente la democracia y desestimuló la esperanza en el pueblo.

El sufrimiento innecesario debe cesar. Para recomponer la vida colectiva y restituir la armonía social será necesario mucho trabajo y concertación de voluntades solidarias en torno al bien común y a los valores supremos de la justicia, la libertad y la paz. Empeñémonos en hacerlo con la convicción de que aún nos es posible construir la nación que nunca hemos sido. Abrámosle espacio al estudio y a la reflexión crítica de la historia nacional para no tener que volver a transitar por los caminos de la infamia. Fomentemos la educación y creemos cultura, son esas las claves más humanas e inteligentes entre las que puedan imaginarse para permitirle al país contar con un nuevo tipo de hombres y mujeres, de trabajadores y ciudadanos y por consiguiente de una nueva sociedad como la que soñamos cuando se escribió la Constitución Política de 1991, la que aún sigue esperando que se le dé cabal cumplimiento, la que nos indicó que la paz es un derecho y una obligación.

En lo personal, mi niñez transcurrió en el contexto de la violencia política liberal-conservadora. Crecí con el miedo en el cuerpo y en el alma de que llegara una hora fatal para mis padres, mis hermanos y yo. La percibía en los muertos que traían al pueblo. En el reloj de pared de la casa una aguja roja contaba las horas de la 1 a la 24, no conocía aún su lectura, pero sí entendía la alusión angustiada de mi madre a mi padre, militante gaitanista, abandonemos todo, vámonos, salvemos la vida, que “a la hora menos pensada van a matarnos”. Es comprensible que desee ver a mis nietos y a todos los niños de Colombia crecer con sosiego. Mi apuesta es por el porvenir.