Posconflicto y reencantamiento
La guerra es virus invasivo. No solo infesta los territorios del ganado, pastos, minas, ríos, siembras, bosques, es decir la ruralidad. También copa las ciudades, no en forma de estallidos y masacres, sino como gusano en los cerebros de la población.
Esta segunda propagación de la guerra es la más incisiva y cruel. Es que los ataques y la mortandad en los campos se acaban con la firma de los acuerdos de paz. De hecho, se han casi acabado desde mucho antes.
En cambio, la discordia esparcida por el ánimo de los habitantes del país en guerra prolongada no tiene negociación en La Habana ni en ninguna mesa de plenipotenciarios.
Es un cáncer o una enfermedad mental con ramificaciones en los órganos donde antes tenían lugar la serenidad, la alegría, la confianza y la esperanza.
Está muy bien que se proscriban los fusiles en la administración de la cosa pública. ¿Pero cómo apagar las balas de hiel en el seno de la cosa íntima? Es que el país está envenenado y hay quienes se desgañitan por perpetuar esta inquina.
La calle, la esquina, el colegio, la oficina, el bus, el estadio, el bar, el apartamento, el parque, ven circular ciudadanos que son chispas, chispas que son gritos, gritos que son riñas, riñas que son muertos.
Estos muertos, heridos, ofendidos, también son guerra. Lo son igualmente los que engañan, roban, hacen trampas. Y los que se suicidan por no encontrar un lugar donde los quieran.
Son guerra los desquiciados de la mente, aquellos que no resisten la agresividad del medio y prefieren fugarse hacia la suavidad de la locura. Y los que cada día aplazan los sueños, hasta cuando la amargura los entrega al sueño definitivo.
Sí, la guerra no se agota en la sangre escarlata. Va más adentro, taladra nervios y neuronas. Les da de comer a la venganza y a la sinrazón de vivir. Trunca el ímpetu de varias generaciones.
Los actos reflejos de los colombianos son hoy contracción de energúmeno. Los aprendieron, no nacieron con ellos. Pues hombres y mujeres de las mayorías provienen del buen salvaje, más que del lobo para el hombre.
Pero tantos tiempos de guerras modificaron paulatinamente el rictus de ellos y la sonrisa de ellas. Los endurecieron por parejo, agriaron su capacidad de abrazo. Por eso el posconflicto es, no solo la reconstrucción nacional, sino el reencantamiento personal.