Columnistas

PREGONEROS DE DESGRACIAS

15 de abril de 2016

La espina dorsal de mi pasada columna fue el análisis somero de tres actores principales del conflicto armado en Colombia: la sociedad, el Gobierno y la guerrilla. En ella sostuve que en el periodo de conversaciones en La Habana ha perdido el Gobierno, ha ganado la guerrilla y también ha ganado la sociedad en ahorro de miles de vidas. Aun así, el asesinato de líderes sindicalistas, campesinos que reclamaban sus tierras y perseguidos políticos, ha dejado una mancha roja que debemos lamentar y procurar no agrandar. Conclui que ante la confrontación verbal entre personas poseedoras de poder, que utilizan la parte pasional de las masas para desinformar y defender sus intereses grupales, la sociedad debe focalizar su atención y su accionar en los desafíos, y no en las personas que así actúan, como bien señala Ronald Heifetz de la Universidad de Harvard.

Reconozco que, por limitaciones de espacio, no inclui los peligros de un cuarto actor, el paramilitarismo, que busca resurgir de las cenizas y convertirse en la principal amenaza contra la institucionalidad y los intereses del país. En el año 2001, como fuerza al margen de la ley, secretamente firmaron el “Pacto de Ralito” –parte de “El Plan Birmania”–, con el propósito sofístico de acceder al poder político, refundar la patria e imponer un nuevo contrato social. Por fortuna no alcanzaron el objetivo final y a cambio llegaron a la desmovilización y el sometimiento a la justicia. Buen porcentaje de ellos continuaron delinquiendo en forma organizada y formaron las conocidas bacrim, (hoy conocidas como los Urabeños y los Rastrojos, entre otras), las cuales constituyen amenaza contra el Estado y por lo tanto el mayor motivo de preocupación para nuestra sociedad en temas de seguridad y convivencia. El riesgo es que estemos terminando una guerra para eslabonar otra, como ha sido costumbre, al menos, en los últimos setenta años.

Pero el motivo por el cual regreso al tema, es por la forma airada como algunos de mis lectores reaccionaron ante mis conceptos. Su derecho es respetable, los argumentos son discutibles.

Generalmente, cuando escribo, mis opiniones se mueven en el campo de las ideas y solo ocasionalmente me refiero a hechos. Casi nunca a personas. Hoy debo hacerlo porque uno de mis contradictores en su texto expresa que “llegó la hora de que los generales dignos pasen a sus puestos de mando y cumplan con su juramento de defender al país”.

Esa y otras expresiones similares me parecen hondamente preocupantes y riesgosas. Estoy convencido que las Fuerzas Militares han tenido, tienen y seguramente tendrán un compromiso con el país por encima de toda sospecha, como también estoy convencido del riesgo que implica buscar dividirlas y olvidar su neutralidad en temas de política partidista. No debemos involucrar a nuestros generales activos en la cotidianidad política, donde se ha hecho costumbre la inversión causal, la fabricación de situaciones inexistentes, la distorsión estadística, la tergiversación de palabras con el propósito de desinformar y otra serie de actividades, en lo que Noam Chomsky denominó la Cultura del Miedo.

Muchos personajes se comportan como pregoneros de desgracias. Lo deseable sería que entendieran la advertencia del padre Francisco de Roux: “lo que está en juego no es el futuro del presidente Santos, ni el futuro político del expresidente Uribe, ni el futuro del ELN, ni el futuro de las Farc, sino la posibilidad de que podamos vivir como seres humanos”. A ello y a construir una Colombia en paz, también con el lenguaje, los invito.