Preludio a las guerras donaldianas
¿Cree usted que Donald Trump tendrá el gatillo fácil? preguntaba un estudiante que asistía a un curso sobre las implicaciones políticas del inacabable conflicto de Oriente Medio. La respuesta llegó unas horas más tarde, cuando los destructores USS Porter y USS Ross de la armada estadounidense dispararon 59 misiles Tomahawk contra la base de Shayrat, un aeropuerto militar situado a cuarenta kilómetros de Homs. Para los politólogos proamericanos, se trata de una acción de represalias firme, equilibrada y que no ha causado bajas humanas. Un punto de vista respetado y alabado por los atlantistas.
Poco antes del inicio de esa acción bélica minuciosamente preparada, el presidente Trump apareció ante las cámaras de televisión para anunciar, en tono melodramático, la decisión de la Casa Blanca de castigar a quienes decidan cruzar las líneas rojas. La actuación fue aplaudida por los Gobiernos europeos, que coinciden en culpar al presidente sirio, Bashar Al Assad, por la pérdida de vidas humanas en el ataque con armas químicas. Sin embargo, los rusos, valedores del hombre fuerte de Damasco, rechazaron las acusaciones de la oposición siria, basadas en un informe elaborado por servicios de inteligencia militar turcos.
La decisión de Trump de vengar la muerte de los 86 civiles sirios sorprendió a los analistas militares. Pero, ¿de verdad se trataba de una venganza contra el régimen de Al Assad? Hay quien estima que la acción de Donald Trump tiene múltiple lectura. Se insinúa que el ataque debe interpretarse como una advertencia a las autoridades de Teherán o de Pyongyang, que no dudan de hacer alarde de su poderío militar.
Irán, la bestia negra del Estado de Israel, no oculta la existencia de su arsenal bélico. Conviene recordar que los cohetes iraníes pueden alcanzar cualquier objetivo situado en el Mediterráneo oriental y central, poniendo en jaque a los generales turcos, búlgaros, rumanos, serbios e... italianos. Sin embargo, los europeos confían en la cordura de los iraníes.
Distinto es el caso de Corea del Norte, cuyas provocaciones irritan tanto a sus vecinos inmediatos –Corea del Sur y Japón– como a los estrategas de Washington. Corea propugna una guerra total contra el imperialismo yanqui, amenaza que el Pentágono parece haberse tomado en serio.
Por último, aunque no menos importante, es la advertencia lanzada al Kremlin. Aparentemente, Donald Trump no desea que Oriente Medio se convierta en el patio trasero de Moscú, que Rusia recupere protagonismo en una región cuyo control había perdido en los años 90.
Obviamente, los designios del Kremlin son distintos. ¿Qué argumentos podría emplear Donald Trump para frenar la ofensiva rusa en la zona?
¿Y Rusia? ¿Cuáles son sus intereses en la zona? El error cometido por Barack Obama fue creer que había logrado poner de rodillas a los gobernantes moscovitas. Vladimir Putin siguió su camino, confiando en el renacer de la Madre Rusia.
Será este el mayor desafío para Trump. Un desafío en el que los cacareados ataques cibernéticos apenas tendrán cabida