Columnistas

Prensa y poder

05 de febrero de 2018

Por Máriam M-Bascuñán

redaccion@elcolombiano.com.co

Pocos días después de su estreno, The Post, la película sobre los documentos del Pentágono, no ha dejado a nadie indiferente. ¿Qué ha cambiado hoy con respecto a entonces? ¿Es el paso del predominio de la prensa escrita al mundo de las redes sociales? ¿O lo que nos remueve es el intento de los gobiernos de instrumentalizar a la prensa libre y anular su capacidad de resistencia frente a los intentos de someterla a sus dictados?

Hay mucho de esto, pero opera también el recelo contra la relación personal entre prensa y poder, la percepción de un mecanismo elitista que podría funcionar en el fondo como unidad orgánica, como parte del mismo circuito. Y son ya muchos los momentos en que la arrogancia del poder gubernamental es tan pornográfica que cree posible eliminar los hechos, de modo que la mentira se convierta en verdad y provoque un estado mental determinado. Es ahí donde constatamos el influjo del engaño y su variante más peligrosa: el autoengaño, aquel que elimina la distinción entre verdad y mentira porque se instala directamente en la realidad paralela que le conviene.

Se dice que el filme provoca nostalgia, pero cómo no sentirla ante las imágenes de las máquinas en marcha y los trabajadores cargando periódicos en el camión mientras la ciudadanía aún duerme: el ritual metafórico de un poder vertical que calienta motores para sacudir la tinta que ha sudado. Lo que justamente llamamos “la cuarta rama del gobierno” se nos muestra en combate contra un presidente que quiso estar por encima de la Primera Enmienda. Fue Arendt quien alertó entonces del peligro de envolver a la razón de Estado con ropajes que encubran la realidad, enunciando la necesidad de, llegado el caso, poder desvelarlos.

Hoy, Trump, no ataca a la libertad de expresión, sino a los medios que tienen autoridad e influencia para tumbarlo. No le incomodan nuestros tuits, o que pensemos que la libertad de expresión consiste en poder decir que dos y dos son cinco. Y es que la revolución digital ha sido positiva en muchos aspectos, pero (de nuevo con Arendt) sin el derecho a una información fáctica veraz “toda libertad de opinión se convierte en una broma cruel”. Y de las que no hacen gracia.