Columnistas

PREPARAR EL CAMINO

11 de diciembre de 2017

En este segundo domingo de adviento, resuena con fuerza esta expresión: ¡Preparad el camino, al Señor que ya viene! ¡Expresión que se insinúa como lema o propósito en condiciones de esperanza, porque efectivamente seguimos esperando el amor de Dios para el mundo! ¡Por eso nos disponemos a cambiar y a preparar la llegada del Señor! La llegada de la paz verdadera.

Este propósito aparece como una realidad que se impone al inicio de diciembre cuando comienza a ser evidente en nuestras ciudades y en el mundo la presencia del tiempo de la Navidad. ¡Todo se dispone al cambio: cambio del ritmo de vida y trabajo; ¡cambio de tiempo al concluir actividades y balances para entrar en período de descanso, de alegría y claro, un tiempo que todos soñamos y buscamos como un tiempo de paz! Se encienden luces por todas partes y comienza a experimentarse el “espíritu de Navidad”. No se explica uno como se vuelve sostenible, porque pareciera que funciona por inercia cultural (estando “en modo Navidad”) y no propiamente por una actitud real de cambio profundo e interés en nuestra vida.

La invitación de la Iglesia y de la fe en adviento es, pues, a un cambio interior de vida que nos permita ser coherentes con la esperanza que alimenta este cambio y que es precisamente la esperanza de la llegada del Hijo de Dios, su retorno a nuestras vidas. ¡Un nacimiento no solo en un pesebre ruidoso y luminoso de los muchos decembrinos que se nos ofrecen; sino en el bello pesebre que construimos en lo íntimo de nuestro corazón! ¡Allí se prepara el camino para este encuentro con Dios hecho hombre y nuevamente encarnado como el salvador y “consolador” del pueblo!

Esto es lo que queremos contar y cantar. Es difícil, porque debemos aceptar que todavía existe un gran desequilibrio y des-armonía entre nosotros. Reconocemos que cantamos con la alegría pasajera de la boca y los labios; pero nuestro corazón continúa triste y encerrado en el silencio de sus amarguras y resentimientos, en el silencio de su pecado y des-amor. Nos olvidamos del otro, del pobre, del niño del pesebre hacia el que deberíamos tornar, si queremos, realmente, preparar el camino al Señor.

La palabra de Dios nos invita en este tiempo a “hacer desierto” en nuestra vida y corazón. Callar no solo la boca y todo nuestro ser en un espacio de “escucha” y silencio en el que podamos alejar tanto ruido y luces sensacionalistas que tanto daño nos hacen a lo largo del año, antes de la Navidad.

¡No perdamos la alegría y gozo del encuentro en Navidad; pero no la negociemos fácilmente con “apariencias ruidosas de fiesta”, ¡que realmente no llevan a ningún cambio y conversión! ¡En este país debemos cambiar! Y ello implica volver al Señor Jesús, re-tornar como cuando los hijos retornan a la casa para Navidad.