Columnistas

Presidente Santos, las calles gritan

10 de abril de 2016

Hundirse en las calles tiene su sabiduría: se aprende de las peripecias del pueblo para sobrevivir, de las cartas que se juega para vencer las contingencias diarias, y se escuchan sus palabras punzantes, sus juicios implacables, sus apuntes graciosos y agoreros.

Dice con razón el cantautor español Joaquín Sabina que “la poesía huye, a veces, de los libros para anidar extramuros, en la calle, en el silencio, en los sueños, en la piel, en los escombros, incluso en la basura. Donde no suele cobijarse nunca es en el verbo de los subsecretarios, de los comerciantes o de los lechuguinos de televisión”.

Presidente Juan Manuel Santos, además de las dos marchas recientes y numerosas que convocaron e hicieron los Sindicatos y el Centro Democrático (mezclados con una larga fila de inconformes), para decirle que el salario mínimo ya se lo comió la inflación y que alcanza apenas para comprar migajas, o que el proceso de paz tiene fisuras enormes y que a miles los desvelan la impunidad y las gabelas para las Farc, además de eso, Presidente, he escudriñado en las canecas y en los callejones y oigo gritos de malestar, de pesimismo, de rabia.

Empiece por entender que un gobierno que tenía por bastón la Unidad Nacional ya cojea, y casi gatea, con los papelones de sus socios y lacayos: los carros rematados del Congreso cargados con cientos de millones, bregando a hacer el giro de la U, junto a la lavandería. Los niños de La Guajira que semana a semana caen como las moscas que buscan el pan y la leche tras el vidrio, pero a los que el vicepresidente Vargas Lleras no les abre la ventana porque no dan votos sino gastos y urgencias. Sus mejores nuevos amigos de Venezuela que meten la Guardia a patear nuestros ribereños y usted no dice nada. La Policía enredada en líos de pantalones. Los Urabeños y el ELN que le queman vehículos y le cierran vías como si el Ejército estuviese maniatado.

Sí, Presidente, la cosa está enredada y en la calle la gente lo sabe, lo dice, lo condena. La paz es un sueño, pero si los sueños no se concretan pronto y con firmeza, se escurren. Basta hablar con el obrero, el mensajero, el tendero, el jubilado y el vago y todos hacen coro: “este señor qué, pues, nos va a dejar comer vivos, nos va a llevar barranco abajo. Qué es esta sinvergüenzada”.

Presidente, se están acumulando las palabras, las frases, los aforismos del descontento. Apocalípticos. Y usted, que le gusta tanto ir a la Sierra Nevada donde los mamos arhuacos para que le descifren las incógnitas, debería entender que tantas energías y palabras negativas sumadas terminan por dar un resultado. La calle le habla. Grita. Escuche.