Columnistas

Principio de realidad

05 de octubre de 2016

Los resultados del plebiscito muestran que medio país estaba marginado de lo que se decidía en las urnas. No el medio país de los que no votan, porque la abstención ha sido desde siempre una marca de nuestro ADN.

El medio país desdeñado era un país que ni el Gobierno ni los partidarios del Sí consideraron como parte de la nacionalidad. Lo miraron apenas como una gente que mentía, que infundía miedo, que vociferaba como los loquitos en las esquinas.

Es decir, lo midieron por sus métodos, por sus modales, por la catadura caricaturizable de sus líderes. Nadie se preguntó por su naturaleza íntima.

Hoy ya es identificable. Ese medio país, que a la postre resultó ganador, es nada menos que la porción emergente de la nueva clase social que desde hace treinta y poco más años entró a competir con la vieja clase dominante.

Son legión, poseen metas claras, están organizados, tienen medios para contratar eficaces moduladores de la opinión pública, cuentan con un líder fosforescente y un equipo de escuderos de verbo punzante. Medran en medio del analfabetismo político generalizado.

El Acuerdo de Paz, motivo patente del plebiscito, era en realidad el motivo en torno del cual se medían fuerzas ante la inminencia de la próxima campaña presidencial. La guerra o su ausencia eran asuntos regios para provocar el miedo o la solidaridad con las víctimas.

Desde un bando, se necesitaba concitar apoyo multitudinario para colocar la ficha adecuada en el 2018. Desde el contrario, el excluido, era imperioso lograr un reconocimiento, una declaración de existencia.

El hundimiento del Sí abrió paso a la integración de los dos polos adversos. El país se dio cuenta de que, como una moneda, tiene dos caras. Así se hagan muecas, así cada una sea demonio para la otra, las dos son parte de una paradoja llamada Colombia.

Principio de realidad, podría llamarse este cuadro. El poder económico y militar busca completarse con poder político. Este es un crudo análisis que no habla de moral ni buenas costumbres ni leyes, porque todos estos miramientos serán acomodados de acuerdo con las burdas normas de los negocios.

Así las cosas, el desafío del país será educativo y cultural. La democracia es sistema inseparable de las conciencias. Y “los vientos que cantaron por los países de Colombia” cuando cantó Aurelio Arturo, no son los que cantan ahora.