Columnistas

Producción de leche y ruina

15 de agosto de 2021

La leche es un alimento esencial para la vida humana, ella y sus derivados forman parte de la dieta diaria. Colombia, que tiene en esta materia una buena tradición, produjo en 2020 cerca de 7.393 millones de litros del líquido; de ese monto, el departamento de Antioquia aporta cerca de 4 millones, de los cuales el 70 %, esto es, 2.8 millones, se originan en el norte de este terruño: básicamente en San Pedro, Entrerríos, Santa Rosa de Osos, Yarumal y San José de la Montaña.

Sin embargo, esa actividad atraviesa hoy unas dificultades mayúsculas que amenazan la estabilidad de muchas familias; el asunto es tan dramático que centenares de productores han feriado sus entables y venden sus animales a menosprecio. El hambre y la desesperanza se apoderaron de una industria que en otras épocas fue floreciente, pero que hoy amenaza devastación, porque —como siempre— son los intermediarios quienes usufructúan el negocio. Lo que más lastima es la indolencia de las autoridades; incluso, poco o nada contribuyen al bienestar de los campesinos algunas cooperativas que manejan este mercado, porque no cumplen con las finalidades para las cuales fueron constituidas.

Muchas cosas se podría hacer si hubiese voluntad política: velar por la seguridad en los campos; disminuir las cargas impositivas y fomentar beneficios tributarios para los productores directos; impulsar la exportación de productos lácteos nacionales y generar incentivos; promover modelos productivos asociativos con créditos blandos, que permitan comprar equipos y tecnología; adecuar tierras para manejar, ecológicamente, las ganaderías mediante la utilización de abonos orgánicos y el control biológico de las plagas; propender por la inseminación y la fertilización in vitro con ganados seleccionados; y hacer controles a la calidad para evitar la adulteración y el empleo de medios prohibidos para incrementar la producción lechera (piénsese en la letal utilización de hormonas).

Así mismo, intervenir la procedencia y calidad del lácteo en polvo y los lactosueros que ingresan al país (casos de triangulaciones o dumping); impulsar energías alternativas para reemplazar a la eléctrica; ejercer una vigilancia adecuada sobre las cooperativas que manejan este negocio, para que, de verdad, favorezcan a los campesinos y no se conviertan en negocios de particulares; comprar el líquido directamente a los productores regionales para incluirlo en los esquemas alimenticios estatales (como los programas de alimentación escolar o PAE); hacer campañas publicitarias agresivas para aumentar el consumo y también las educativas para avivar el amor al campo y a la ganadería; y controlar los costos de insumos, semillas y medicamentos.

En relación con esto último, sucede algo paradojal: mientras ellos (abonos, drogas y cuidos) se incrementan de forma desaforada, el precio del litro de leche pagado al productor apenas si logra mantenerse en los niveles de hace dos años; hay, pues, un gran desbalance entre lo que se gasta para producir el líquido y lo cancelado por él. Naturalmente, también se han propuesto otros mecanismos para paliar los efectos de crisis; un ejemplo es la proyectada sociedad mixta que siete municipios del norte antioqueño idearon para producir insumos a más bajos costos, pero ello no es tarea fácil, máxime si las materias primas son importadas a elevados precios que penden de un mercado internacional dolarizado y fluctuante. Ojalá este proyecto salga adelante y no se quede en el olvido.

En fin, es claro que la pandemia y las graves perturbaciones del orden público de los últimos meses han ayudado a deteriorar más la situación; urge, entonces, que las autoridades tomen conciencia de esta problemática y apliquen urgentes medidas para conjurar la crisis, pero también es indispensable que los productores se manifiesten de forma pacífica y se unan para defender sus intereses. Hay muchas cosas que se pueden hacer, pero falta liderazgo y vocación de servicio; si no se actúa a tiempo, las regiones lecheras se convertirán en focos de violencia y abandono; y, por supuesto, el norte del departamento será el más damnificado