Columnistas

Punto de inflexión

18 de diciembre de 2020

Es bien sabido que la innovación es fundamental para el éxito continuo de cualquier organización. Personalmente, la definición que más me satisface es “la innovación como proceso de creación de valor mediante la aplicación de soluciones novedosas a problemas significativos”. Generar valor para capturar valor. Sin embargo, sigue siendo solo un medio para lograr un fin y, así mismo, su éxito se basa mucho en la capacidad de enfocarse en objetivos claros y comprender las variables necesarias para generar valor.

Una de las cosas que más me gusta sobre la innovación es que puede realmente ser accesible y democrático: cualquiera puede innovar y no se requieren necesariamente fórmulas doradas, PhDs o metodologías de consultores a prueba de balas. Naturalmente, dentro de las organizaciones es importante tener procesos estructurados, capacidades y talento para que la innovación genere valor. Y como personas, organizaciones y ciudad, la cultura de la innovación es fundamental, ya que está asociada a una forma de vivir, convivir y abordar los problemas. Adicionalmente, no es necesario innovación disruptiva para transformar el mundo en que vivimos. La mala noticia es que muchas veces la innovación todavía se describe como el objetivo y no como una forma de hacer las cosas. ¿Por qué es esto malo? Bueno, se centra mucho más en la palabra que en la acción y el resultado. Lo que también significa que demasiadas veces se usa como un tema de moda por personas que en realidad no entienden su significado, desgastando su importancia y el posicionamiento que debe tener en la sociedad.

En 2013, Medellín fue nombrada la ciudad más innovadora del mundo, un logro notable por la transformación que ha sufrido en las últimas décadas y los ejemplos de innovación que ha demostrado, desde lo público y lo privado. Pero, ¿es realmente tan importante ese nombramiento? ¿O mejor que nos premien por tener un medio ambiente limpio, una sociedad equitativa, empleos de calidad, servicios de salud, infraestructura o ventiladores que salvan vidas? Pues bien, la innovación vuelve como noticia del día con los avances (empezado hace años) en la posibilidad de hacer de Medellín un Distrito Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación (CTi), junto con las conversaciones iniciales en torno a ampliarla al Valle del Aburrá. Empiezo por decir que a primera vista creo que esto sí tiene sentido, siempre y cuando esté acompañado de un plan de acción a largo plazo (un nuevo Plan CTi) que sobrepase los tiempos políticos y los intereses momentáneos de algunas personas y organizaciones. En la última década, se ha hecho un esfuerzo para lograr colocar a Medellín en el radar de empresas, startups y talento colombianos y globales. Pero los planes presentes y futuros en estos temas, hay que reconocerlo, no son claros. Y lo digo yo, como empleado de Ruta N y Director del Centro para la Cuarta Revolución Industrial afiliado al Foro Económico Mundial. Hemos llegado a un punto de inflexión y es el momento de tomar decisiones: seguir apostando seriamente a la CTi como motor de transformación o arriesgarnos a quedarnos para atrás en el tiempo y echar a perder el esfuerzo de toda una ciudad.