Columnistas

Putin: “dictator perpetuus”

19 de marzo de 2018

“Alejandro, César, Carlomagno y yo, fundamos imperios, pero ¿sobre qué cimentamos las creaciones de nuestro genio? Sobre la fuerza”. Napoleón Bonaparte.

La historia mundial y la de la política en particular, parece la repetición de una obra trágica de teatro en la que el libreto y los personajes son los mismos, así los escenarios y los actores sean diferentes.

Sin subestimar las otras capacidades del Emperador Julio César, es indudable que fueron la guerra y las armas los medios que le permitieron llegar al poder en Roma. Sus éxitos militares en Hispania, Galia, Britania y Germania, en su propia tierra y en Egipto contra sus compañeros de armas, le garantizaron su ascenso y permanencia en el poder. Aunque también nos recuerda la historia que hasta los más grandes pueden ser traicionados por los Brutos, Casios y Juan Manueles, que clavan puñales mientras abrazan.

Dos mil años después, seguimos viendo a “hombres fuertes” que llegan y se mantienen en el poder gracias al hábil manejo de la fuerza, la guerra y las armas, como es el caso del nuevo Zar de Rusia, Vladimir Vladimirovich Putin, también abogado como Julio César, quien, a falta de no tener obstáculos aparentes, y si existe alguno no dura mucho, probablemente haya conseguido su cuarta victoria como presidente de Rusia, aunque esta columna se haya escrito antes de las elecciones de ayer domingo.

En especial esta campaña estuvo fundada en el militarismo. Putin no tenía logros económicos y sociales para ganar las elecciones. Tanto lo sabía y desde hace tanto tiempo, que sus actuaciones y decisiones estuvieron encaminadas a conseguir el respaldo del pueblo ruso, alimentando el sentimiento nacional con victorias militares localizadas y el anuncio de nuevas armas como los misiles hipersónicos, o el uso de los tradicionales venenos, ya sean químicos o de ciberguerra, que destierren del imaginario de la sociedad rusa el sentimiento de superpotencia derrotada, débil y venida a menos, y construyan la percepción de ser nuevamente un actor peligroso y exitoso en términos militares que no puede ser ignorado y amenazado sin consecuencias.

La toma de la península de Crimea y especialmente la intervención en la guerra Siria e Irak, “supuestamente” para derrotar a ISIS, han sido éxitos temporales pero eficaces para renovar la confianza de los rusos en un presidente que está intentando borrar de la memoria rusa la humillante derrota de la invasión a Afganistán en los años 80, y haciendo creer al resto del mundo que, si bien Rusia no podrá ser nuevamente algo como la Unión Soviética, el poderío militar que Putin ha construido y está construyendo, está convirtiendo a Rusia en un actor con la capacidad de alterar e influenciar el futuro de dinámicas regionales. Incluso de afectar al superpoderoso EE. UU., que parece haber descubierto que su infraestructura eléctrica o su sistema electoral pueden ser afectados desde afuera, como podría estar ocurriendo en las elecciones mexicanas, brasileñas y colombianas.