QUE EL DIABLO NO HAGA MÁS HOSTIAS
Es muy probable que desde ahora el Papa y sus inteligentes asesores estén bosquejando los mensajes que nos pronunciará durante su visita de cuatro días a Colombia. Es obvio que esté abriéndose una gran expectativa sobre las verdades que Francisco
va a decirnos. Sería desconcertante si al despedirse para regresar a Roma quedáramos con la sensación de que otra vez rezamos mucho pero no alcanzamos a sintonizar la moral religiosa con la ética social y ciudadana, no sólo para sostener la fama de
ser muy católicos y muy piadosos, sino para asegurar que la presunta intensidad de la fe iluminará la realidad de la vida diaria.
No será ninguna sorpresa que los políticos de siempre estén haciendo maquinaciones habilidosas para ponerlo de su parte, mostrarlo como un aliado del poder, hacer creer que vino a respaldar su corriente política en vísperas de la campaña electoral, aprovechar el impacto de su presencia en el país para desviar la atención que requieren los temas de verdad trascendentales y, en fin, agudizar el artificio de la división entre los buenos y los malos, los amigos y los enemigos de la paz, la derecha y la izquierda, malévolas o inocentes, etc.
Son tan potentes la malicia y la mala fe de tantos manipuladores de opinión, que sus maniobras serán inevitables. Por supuesto que el Papa no es un curita ingenuo y cándido. En cierto modo se me parece al bondadoso pero astuto Padre Brown, de Chesterton, prototipo del genuino magisterio de humanidad de la Iglesia. Ha probado que se las sabe todas. Las coge en el aire. Cuando los unos van, él está de vuelta. Con una finura, una elegancia, una afabilidad, si se quiere sin salirse del modo diplomático atinente al jefe de Estado, ha hecho valer su autoridad espiritual y su independencia para plantear desafíos de fondo.
Y un desafío, que debe implicar un replanteamiento radical, debería consistir, entonces, en dar el gran giro ético hacia la formación del nuevo tipo humano colombiano: Fortalecer la moral religiosa y pasar a la ética formidable de la fe con obras. Valga decir, con justicia social, respeto a los derechos y deberes y la dignidad de los seres humanos, tolerancia y convivencia y todo un conjunto complejo de propósitos y fines que tiendan puentes y derrumben muros. Una ética basada en la educación desde la familia, que erradique la infracultura proterva de la corrupción, con toda su carga de tráfico de influencias, clientelismo, cleptocracia y privatización cínica, descarada e impune de bienes y dineros públicos. Para todo eso, se necesitarán tres generaciones. Pero hay que arrancar. La visita del Papa puede ser decisiva. A ver si por estas tierras no sigue el diablo haciendo hostias.