QUERIDA ABBY: #YOTAMBIEN
Por JESSICA WEISBERG
Unos días después de que se conociera la noticia de Harvey Weinstein, casi todas las publicaciones de mi feed de Facebook terminaron con el hashtag #MeToo (YoTambién). Las historias compartidas a veces tenían que ver con acoso en el lugar de trabajo, pero también involucraban médicos lujuriosos, parientes o novios. Había febrilidad en la manera en que las mujeres lo decían, como si se les acabara de ocurrir lo solas que se habían sentido.
El objetivo más concreto del movimiento “Me Too” ha sido reformar la cultura del lugar de trabajo. Pero el movimiento también ha logrado algo más amplio, y más nebuloso. Les ha dado a las mujeres la habilidad de hablar sobre algunos de los momentos más duros de sus vidas con menos vergüenza, estigma o temor a las repercusiones.
En otras palabras, ha creado un espacio para el tipo de discusiones que una vez estuvieron restringidas esencialmente a sólo un tipo de espacio público: columnas de consejos. Por décadas, las columnas eran a donde las mujeres con jefes asquerosos o esposos abusivos iban cuando tenían que desahogar sus quejas.
“Querida Sra. Dix, ¿Cómo debería un jefe tratar a las mujeres a su cargo? ¿Y cuál debería ser su actitud hacia él?” escribió “Madre de Tres Hijas” en una carta de 1935. “Cuando la mayoría de las jóvenes van a trabajar, lo primero que tienen que aprender es cómo evitar que el jefe las acaricie, las abrace y las bese”. “Dorothy Dix”, el seudónimo utilizado por la periodista Elizabeth Gilmer, respondió que una mujer joven debería tratar a su empleador con respeto y formalidad y que su jefe debería hacer lo mismo.
Cuando a Gilmer, quien comenzó su columna en 1896, le ofrecieron el trabajo sus jefes en The New Orleans Picayune, la mayoría de los principales periódicos publicaban columnas sobre los llamados asuntos de la mujer; todos los autores tenían nombres pegadizos y aliterativos, como Fanny Fern, Jennie June o Catharine Cole. El tono de las columnas tendía a ser almibarado y empalagoso, lleno de falsa alegría.
Gilmer decidió que su columna sería distinta. “Se me ocurrió que todo en el mundo había sido escrito sobre mujeres y para mujeres, excepto la verdad. Habían sido celebradas como ángeles. Habían sido compadecidas como mártires”, escribió después al describir los orígenes de su ampliamente publicada columna. “Era hora de agitarse y volverse prácticas.”
Práctico significaba que nada alteraba a Gilmer; sus columnas fueron un espacio para una discusión franca sobre las fuerzas que moldearon la vida de las mujeres durante la época. Gilmer recibió miles de cartas sobre embarazos no deseados, matrimonios sin amor e insatisfacción con la vida doméstica. Instó a sus lectoras a adoptar una actitud pragmática, abandonar cualquier fantasía romántica: las leyes de divorcio eran estrictas y había pocas carreras disponibles para las mujeres. Gilmer podía ser dura, pero al menos las mujeres podían leerla y sentir cierta seguridad de que sus problemas no eran solo de ellos.
“Mi esposo es un atarván. Me maltrata. Tiene relaciones con otras mujeres. Quiere deshacerse de mí,” una de las mujeres escribió una vez.
“Mi corazón sangra por tí,” respondió Dix. “Pero estará mejor si te divorcias? Un atarván como marido no es peor que un lobo en la puerta.”
Helen Gurley Brown no era una columnista, pero publicó un libro de consejos tremendamente popular en 1962 titulado “Sexo y la Mujer Soltera”. El punto central de Brown era que el sexo era alegre y desvergonzado; el corolario fue que alentó a las lectoras a tratar los avances sexuales indeseados como halagadores. “Cualquiera que quiera besarte o dormir contigo no te está dando un insulto mortal sino que te está haciendo un cumplido”, escribió.