Columnistas

Querida memoria

16 de agosto de 2018

Querida memoria, quisiera contarte cómo es la cosa contigo. Decirte un secreto hoy para que me lo recuerdes cuando ya esté viejo y me digas que solo lo importante se queda grabado en el corazón, como muchos dicen. Recuerdo, no sé si con la mente o con el corazón, que cuando era niño me costaba mucho aprenderme las cosas de memoria. Tenía mala suerte con las fórmulas, con los exámenes textuales. Con el tiempo, las cosas empezaron a cambiar, y en la adolescencia sentí que mi memoria era infinita. Creía que podía recordarlo todo. Aprendí canciones y poemas de la manera más simple, incluso el Salmo 91, que era el que mis padres rezaban con nosotros antes de irnos a dormir.

Todo iba bien hasta que un día me hiciste una mala jugada, yo que creía poder memorizarlo todo aprendí un poema para recitarlo delante de una clase y apenas quise decirlo lo olvidé. Intenté sin éxito recordarlo una y otra vez. Desde entonces, me cuesta memorizar textualmente algo. Al principio me dolía, era duro no poder citar nada completico, todo era parafraseado. Por fortuna, siempre hay alguien que tú admiras que te ayuda a sobrevivir con tus limitaciones. Así fue como el bueno de Ricardo Piglia me brindó la tranquilidad para seguir viviendo con mis interpretaciones imprecisas. Lo cito, dejo claro que con seguridad lo recordaré mal por obvias razones. “En literatura, una mala interpretación puede ser una buena interpretación”. Esta frase me ha servido mucho, querida memoria. Ya no me preocupa si al leer un libro me enfoco en lo que a mí me parece. Al fin y al cabo, fijarse en ciertas cosas, imperceptibles para los demás, puede ser mejor que recitarlo todo con buena memoria, con la precisión del resumen que aún piden muchos profes.

Querida memoria, tú me has hecho unas cosas en la vida que no sé cómo te quiero todavía. Una vez compré un libro que me fascinó apenas lo vi. Nunca antes había leído algo como eso. Lo llevé a casa y durante esa semana lo devoré con calma, subrayé párrafos enteros e hice anotaciones para futuras cosas de la vida. Apenas lo terminé me sentí feliz. El libro había superado todas mis expectativas. Con el tiempo, vi en mi biblioteca un libro que se llamaba igual. Lamenté mi mala memoria porque había comprado un libro que ya tenía; sin embargo, mi asombro fue mayor porque apenas abrí el viejo, estaba tan subrayado como el que recién había comprado y no recordaba nada.

Ese día, jodida memoria, entendí que no tenía caso contigo. Sé que te gusta jugar con mis limitaciones y eso también me ha permitido vivir tranquilo. Descubro un montón de cosas a diario, así

las olvide al instante, pero siento que de mi corazón no se va lo fundamental: mi infancia, los paseos, la gente que ha estado conmigo siempre, algunas cosas de la guerra que no quiero olvidar, el amor, ciertos olores, mi bicicleta Arbar roja, en fin. Tú, memoria, tienes muchas formas, por eso este año he pensado tanto en ti y he sido feliz descubriéndote poco a poco.