Columnistas

¿QUO VADIS, TURQUÍA?

26 de abril de 2017

Septiembre de 1991. Durante un paseo por el centro de Estambul, encontramos parejas de jóvenes elegantemente vestidos. Curiosamente, las mujeres llevan el pañuelo islámico. Algo sorprendente en un país laico, que se había desembarazado, desde 1923, de las costumbres religiosas.

Cuatro años más tarde, un joven militante islámico, Taiyep Recep Erdogan, ostentaba el cargo de alcalde de Estambul. En 1998, la Justicia del país otomano le inhabilitó de por vida por haber recitado públicamente los versos del poeta nacional Ziya Gökalp: “Las mezquitas son nuestros cuarteles, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los creyentes nuestros soldados. Alá es grande, Alá es grande”. Aparentemente, el juez instructor encargado del “caso Erdogan”, Vural Savas, había encontrado indicios de delito contra la esencia del Estado turco. Cuatro años más tarde, en 2002, cuando el Partido de la Justicia y el Desarrollo (APK), fundado y liderado por el propio Erdogan, obtuvo una aplastante victoria en las elecciones, su líder no fue autorizado a asumir el cargo de Primer Ministro. Hubo que esperar unos meses para lograr la suspensión de la condena “firme” impuesta por los tribunales.

Desde su llegada al poder, Erdogan no regateó esfuerzos a la hora de aplicar el programa político de su partido, resumido durante la campaña electoral en pocas palabras: remusulmanizar Turquía; e islamizar la diáspora.

El APK se lanzó a la conquista de tres ministerios clave: Interior, Justicia y Educación. La ofensiva ideológica contaba con el apoyo del clérigo Fetullah Gülen, líder del movimiento Cemaat, autoexiliado en los Estados Unidos. Pronto empezó a hablarse de un nuevo concepto sociopolítico: el neo-otomanismo. ¿La vuelta a los valores islámicos? ¿El final del kemalismo? Las respuestas son/han sido muy opacas.

Las 18 enmiendas aprobadas hace dos semanas por los electores turcos implican: la desaparición del cargo de Primer Ministro; la sustitución de este por varios vicepresidentes nombrados por la Presidencia (léase, Erdogan). Los parlamentarios no podrán supervisar la labor de los Ministerios; desaparecerán las mociones de censura (voto de no confianza); el Presidente podrá militar en un partido político –la legislación actual no lo permite-. El número de diputados pasará de 550 a 600. Los parlamentarios podrán cesar al Presidente. Desaparecerán los tribunales militares, acusados por Erdogan de connivencia con oficiales golpistas. El Presidente nombrará a cuatro de los 13 jueces del Tribunal Supremo. Por último, aunque no menos importante: Erdogan podría obtener otros dos mandatos presidenciales, lo que le permitiría gobernar hasta 2029.

Las relaciones con la Unión Europea, que han registrado un innegable deterioro en los últimos meses y, concretamente, después del intento de (auto) golpe de Estado de julio del 2016, podrían quedar reducidas en su más mínima expresión. El neo-otomanismo dirige sus miradas hacia otras latitudes. ¿Asia? ¿Rusia?

La arrogancia y el autoritarismo de Erdogan no molestan en absoluto a sus nuevos amigos y aliados moscovitas. Como tampoco les molesta la represión desatada contra los supuestos seguidores del ahora “traidor” Fetullah Gülen: militares, policías, jueces, catedráticos, periodistas. La lista de los represaliados es muy larga; demasiado larga...

En resumidas cuentas, Erdogan tendrá a partir de ahora plenos poderes. ¿Quo vadis, Turquía?.