Columnistas

Rebeldes

03 de febrero de 2016

La rebeldía no es patrimonio exclusivo del insatisfecho. “Soy rebelde porque el mundo me hizo así...”, suena en la radio del bus. “Ilumíname, Señor: ¿qué voy a hacer con este muchacho tan rebelde?”, susurra en secreto la madre, de rodillas, frente al altar.

En las últimas décadas, el centro de Medellín ha sufrido múltiples despojos: su centralidad política fue trasladada al gueto de La Alpujarra; la económica migró a la Milla de Oro, y la cultural se atomiza permanentemente. Los más rebeldes subsisten (grupos de teatro), y otros migran (Los libros de Juan), en tanto muchos perecen nadando contra la corriente (Librería Aguirre).

Luis Fernando González, urbanista y docente de la Universidad Nacional, manifiesta sobre la generación de subcentros funcionales y habitacionales en Medellín que: “Cada huida del centro de la ciudad es una demostración reiterada de cómo el urbanismo local ha fracasado en sus innumerables discursos en torno al Centro”. La historia de las ciudades reside en su centro, allí coexisten todos sus tiempos. En cualquier urbe del mundo el valor del centro es simbólico por su carácter fundacional, con su componente de memoria y patrimonio.

La Librería Palinuro es una nueva desplazada del Centro. Su situación económica nunca fue fácil, desde el mismo momento de su apertura en la carrera Córdoba con la calle Perú en febrero de 2003 (nadie abre una librería para enriquecerse, menos en un país con los niveles de lectura de Colombia). No obstante, después de la Fiesta del Libro 2015, la crisis se tornó insostenible: “Era como sentarme a bien morir o tomar una alternativa”, dice Luis Arango, librero –que no vendedor de libros– de Palinuro.

Problemas de seguridad, concluirían algunos: “Sufrimos los robitos normales. También entraban los paramilitares a chequear qué pasaba –recuerda Arango–, pero apenas veían que eran libros usados... ¡nos escapamos de las vacunas que otros negocios tenían!”.

Lo cierto es que la razón de su huida es económica: el deterioro del Centro afectó la afluencia de lectores.

Durante trece años, Palinuro ha sido referente de ciudad, foco de tertulias, oasis de estudiantes y catedráticos universitarios. En su libro de visitantes ilustres está la firma de Juan Manuel Roca, Malcolm Deas, Julio César Londoño, Piedad Bonnett, Juan Gabriel Vásquez y José Emilio Pacheco.

Este viernes, Palinuro renacerá. Sus libros leídos se mudan al segundo piso de Grammata, sector Estadio, con una exposición de fotografías de la historia de la librería, bajo la curaduría de Juliana Arango.

El índice de nacimiento, supervivencia y defunción de las librerías dice mucho de una ciudad, de las relaciones que se tejen entre sus habitantes, sus prioridades, intereses y vocación.

Por más estigmas que nos impongan, en este valle leyeron y escribieron Gonzalo Arango, Isabel Carrasquilla, Sofía Ospina de Navarro y Manuel Mejía Vallejo. Aquí escriben y leen Ignacio Piedrahíta, Pablo Montoya, Patricia Nieto...

El rebelde confía en que sus actos de rebeldía contribuyen al cambio social. Porque en su temperamento siempre anida la esperanza.