Reflexiones sobre la publicación de los Acuerdos
Están circulando una cantidad de versiones a propósito de los Acuerdos Parciales logrados en las conversaciones entre el Gobierno y las Farc, que plantea el interrogante acerca de cuál fue el sentido de darlos a conocer sin una pedagogía adecuada de explicación sobre sus alcances -más allá de las conferencias que en algunas regiones está dando el Alto Comisionado de Paz- y esto lleva a algunos a pensar si lo que realmente se busca es enredar las cosas de tal manera que se pongan en riesgo las propias conversaciones. Porque a pesar de la buena intención que haya acompañado esta divulgación, aparecen una serie de interrogantes de lo planteado en varios sectores: ¿se busca poner en entredicho los acuerdos preliminares y de paso a los delegados del Gobierno que los construyeron con los de la guerrilla? ¿Con qué margen de maniobra ante la contraparte quedan ellos? ¿Se pretende modificarlos antes de que se llegue a acuerdos finales con la guerrilla? ¿Cuál es entonces el papel de la refrendación de los Acuerdos? O ¿simplemente se trataba de calmar el ánimo de curiosidad de algunos sectores de la opinión nacional elitista?
Unos han hablado de Capitulaciones del Gobierno ante las Farc, planteando así una exageración a unos acuerdos que para otros no pasan de ser tímidas reformas, que en una sociedad democrática de verdad, no solo en el discurso y con una elite modernizadora, deberían haberse realizado hace tiempo, para colocarla en las puertas de un moderno desarrollo capitalista. Allí lo que está en juego realmente son dos concepciones del desarrollo de la sociedad, una que lo concibe como producto de unas élites conservadoras que con sus políticas desarrollistas progresivamente permitirían que parte de los beneficios se ‘derrame’ hacia los más pobres y mientras tanto lo importante es garantizar el orden a cualquier precio. Los otros piensan que la manera de dar verdaderos ‘saltos’ de desarrollo -y al tiempo garantizar seguridad- conlleva audaces reformas, especialmente para convertir al campo de un factor rentista en uno realmente productivo y que este contribuya a la ampliación del mercado interno, que fue lo intentado por reformistas liberales en el Siglo XX como Alfonso López Pumarejo en los años 30 o Carlos Lleras Restrepo en los 60, pero que justamente los sectores más retardatarios impidieron que las reformas produjeran los resultados esperados y por consiguiente ahora ven en las conversaciones para terminar el conflicto armado una oportunidad para adelantar esas reformas que en su momento se frustraron.
Pero no aparece por ninguna parte una discusión ordenada del significado de los mismos -realmente son importantes o son irrelevantes- de sus alcances y de si efectivamente el Estado colombiano tendrá la capacidad y la voluntad política de ejecutarlos, o si sucederá igual que en los intentos reformistas de décadas anteriores, que los mismos queden como constancias históricas de buena voluntad y nada mas.
Pero surge un gran interrogante a propósito de cuál es el margen de maniobra que tienen ahora los delegados del Gobierno en la Mesa de Conversaciones. Porque lo que hace unas conversaciones para terminar un conflicto armado es permitir que los delegados del Gobierno legal y legítimo y los del grupo alzado en armas contra el Estado, construyan los acuerdos y posteriormente los ciudadanos a través del o los mecanismos que se definan los refrenden o no. Pero si lo que se acuerde no tiene el aval de los que representan, eso le daría a la contraparte razones para poner en entredicho a sus propios interlocutores y no es un mensaje positivo para el desarrollo de las conversaciones.
Por eso la gran discusión nacional, con la participación de la sociedad en sus diversas expresiones, no solo de las élites tradicionales, debe ser acerca de cuáles son los mecanismos de refrendación más pertinentes para lograr una mejor y más amplia participación de los ciudadanos y que efectivamente se garantice que los acuerdos tengan un impacto real sobre los problemas que pretenden resolver.