RELIGIOSIDAD, RELIGIÓN Y FE ¿TIENEN ALGÚN SENTIDO?
Hace algunos años escuché en Río de Janeiro una clarísima conferencia sobre el tema que encabeza esta columna. Hablaba un gran teólogo brasileño, fallecido recientemente, jesuita y profesor de Teología, el padre Juan Bautista Libanio. Cuando la escuché pensé en Colombia, en donde se dice, hay más religión que fe. Ahora, cuando todo lo que se dice y escribe necesita una absoluta claridad y precisión conceptual, pensé compartir el tema escuchado.
El hombre siente una profunda necesidad de relacionarse con un ser superior, cualquiera sea su nombre. Esto se comprueba en todos los tiempos y en todas las culturas, desde las más primitivas, hasta las más avanzadas. Es algo muy subjetivo. Corresponde a la necesidad de estar ligado con algo sagrado, distinto de sí mismo. Revela el afán por penetrar en todos los secretos y misterios. Se habla entonces de religiosidad, experiencia religiosa, espiritualidad o sentimiento religioso no vinculado, necesariamente, a ninguna religión específica.
La religión, por el contrario, es algo muy objetivo e institucional, conformado por un conjunto de ritos, prácticas, doctrinas, constituciones, organizaciones, tradiciones y artes que tienen por finalidad, posibilitar la relación con el mundo de lo divino. Son ayudas para relacionarse (religarse) con lo sagrado.
Con frecuencia, algunas personas dicen tener mucha fe porque realizan o participan en prácticas o ritos religiosos, pero ni la religiosidad es la religión, ni la religión es la fe. La fe es la aceptación y respuesta a una palabra revelada que implica adhesión total a ella. Por tanto, fe no es creer cosas sino, vivir de acuerdo con esa palabra revelada que se acepta. En nuestro caso es adherirnos a lo que nos enseñó Jesús y que él mismo resumió en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Jesús no fundó nada, ni escribió nada, pero sí reveló, enseñó y practicó algo fundamental, la entrega total al otro, siempre y en cualquier circunstancia. Por hacerlo así tuvo problemas muy serios y frecuentes con su propia religión.
Lo anterior suscita algunas reflexiones. Se trata de tres conceptos totalmente distintos, aunque muy interrelacionados. La realidad que vivimos a diario muestra que no hay claridad sobre estos temas y que son conceptos un poco gastados por el uso diario. Ello explica que poblaciones que se dicen muy religiosas sean las más violentas, inequitativas y desiguales. Que se coloque en la mira de un fusil una imagen religiosa, que se implore la ayuda divina para poder acertar en el cumplimiento de una acción delictiva o que la persona que participa en actos o ritos religiosos, que confunde con la fe, actúe con injusticia e incluso con violencia contra otras personas.
La vivencia diaria de las prácticas religiosas obliga a preguntarse si en realidad son una buena ayuda para relacionarse con el ser superior que tenemos en mente. Son, a veces, tan rutinarias y tan mecánicas que no inspiran, motivan o favorecen esa búsqueda.
Para adherirse a una doctrina hay que conocerla bien. El Papa Francisco, en el Gozo del Evangelio, dedica varias páginas a la forma en que los sacerdotes deberían preparar las homilías, que son el momento ideal para hacer totalmente transparente la doctrina que hay que acoger, pero que, desafortunadamente, es muy poco o mal practicada. En lugar de precisar en dos o tres párrafos la esencia de la doctrina y, por tanto, del compromiso, prefieren repeticiones inocuas o discursos que no convencen, ni enseñan, ni arrastran. No se puede olvidar que sin adhesión y compromiso con la palabra revelada, no hay fe.
Libanio hace la siguiente síntesis de la distinción. El lado objetivo y social de la experiencia religiosa nos lleva a hablar de religión. Delante del mismo fenómeno, la inteligencia se pregunta por la realidad que existe en el ser humano que lo hace religioso, productor y consumidor de símbolos religiosos. Es la fase subjetiva existencial inherente al hombre. Se habla entonces de religiosidad. En la experiencia religiosa, además de los ritos y tradiciones, interviene un absoluto: Dios. Si la figura de ese absoluto se presenta como alguien, una persona que invita a la acogida de su mensaje con las exigencias existenciales y prácticas, hablamos de fe.
Expresado de otra manera: el ser humano es un ser religioso (religiosidad) que vive socialmente esa dimensión (religión) y responde a una interpelación de Dios revelador (fe).