Columnistas

Respuesta al trompicadero

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23 de enero de 2017

Las columnas de opinión de estos días concentran su atención en Trump (que se pronuncia tromp), el flamante nuevo presidente trompón, trompero y tropero de Estados Unidos. Trump tronzará al país y tropeará a la población, como si de ganado se tratara. Con su demostrada tropelía, Trump tropellará a niños, mujeres y hombres; pero también tropezará.

No hablaré de Trump, pero sí de la resistencia del pueblo estadounidense al trompicadero que montó. Las palabras no son inventadas. Literalmente trompicar tiene tres acepciones que califican complementariamente al gobierno Trump: “1. Hacer a uno tropezar violentamente y repetidamente; 2. Promover a uno, sin el orden debido, al oficio que a otro pertenecía; y 3. Dar pasos tambaleantes, tumbos o vaivenes” (Diccionario de la RAE, p. 2032). Por cierto, trompicadero es el lugar donde se trompica.

Al día siguiente de su posesión, la vigorosa marcha de mujeres tomó la palabra y el poder. Marché al lado de mi hija de 10 años, llena de preguntas, indignada por los actos del hombre naranja, de quién dicen “que se baña en polvo de Cheetos y que no ganó el voto popular”. Al leer un cartel que rezaba “Impeach the Leech” (“Destituyan a la sanguijuela”) preguntó si Trump acabaría su mandato. Contesté que no sabía, pero que ahora hacíamos parte de una gran comunidad que resistía el uso arbitrario del poder.

“Aquí estamos, unidos. El silencio no es una opción. Vamos a honrar a las víctimas del abuso de poder”. Los eslóganes estremecían. Con puño en alto, todas las personas (la gran mayoría mujeres) manifestaban su fuerza, su poder y su rechazo. Las voces femeninas y feministas retumbaban: “Bienvenido el futuro: escogemos la libertad, no el miedo. Soy revolucionaria; mis pies se quedan en la calle; mi voz será fuerte”.

Hacía muchos años no me estremecía con un acto de resistencia civil. Quizás fue porque estaba al lado de mi hija, o porque lo del presidente trompeta es indignante.

La expresión de solidaridad y de inclusión fue deslumbrante. Se vienen años de contención; serán difíciles. La voluntad para oponerse a la tiranía y al abuso de poder es clara. Desafiante, la vibrante masa coreaba: ¡Así se vive, así se siente la democracia!

Ineluctablemente, fueron evocadas las palabras de Martin Luther King, Jr.: “A final de cuentas recordaremos, no las palabras de nuestros enemigos, sino el silencio de nuestros amigos”.

Cuando lean esta columna, habremos sobrevivido un poco más de 48 horas del tronco gobierno de Trump. El hombre trompeta está iracundo; él, acostumbrado a no responder por nada, se enfrenta, día a día, al control popular.

Angela Davis, un ícono de la contracultura de los sesenta y una aclamada activista y académica afroamericana radical, convocó a 1459 días de resistencia. Cerró su discurso apelando al coro de la tradicional canción Ella’s Song (http://ellabakercenter.org/blog/2013/12/ellas-song-we-who-believe-in-freedom-cannot-rest-until-it-comes): “Quienes creemos en la libertad no podemos descansar hasta que logremos esa libertad”.

Esa canción continúa con unas líneas que serán mi coletilla: “Con los años que pasan, me queda más claro que el secreto de mi persistencia está en que las riendas de la respuesta pasen a manos de los jóvenes que tienen el coraje para encarar la tormenta”.

Obviamente, la traducción es mía y le he dado una terrible trompada a la rima perfecta de los versos de Bernice Johnson Reagon, pero el punto es claro: las trompetadas de Trump serán resistidas.