Columnistas

Ribeyro

26 de diciembre de 2019

Este año no podía acabarse sin hacer una alusión directa a uno de los más grandes escritores latinoamericanos: Julio Ramón Ribeyro, que estaría cumpliendo 90 años, y quién sabe cuántos libros más estaríamos celebrando sus lectores. En buena hora, la editorial Seix Barral publicó recientemente tres nuevas ediciones conmemorativas de sus cuentos completos: “La palabra del mudo”, sus diarios: “La tentación del Fracaso” y un libro inclasificable llamado “Prosas apátridas”.

Celebro de manera muy especial que se publiquen otra vez sus diarios, yo los busqué por muchos años sin éxito, hasta que finalmente los conseguí, carísimos, en una librería de Madrid. Como lo he repetido varias veces, para mí Ribeyro es el escritor latinoamericano más importante en ese género literario.

“No concibo mi vida más que como un encadenamiento de muertes sucesivas. Arrastro tras de mí los cadáveres de todas mis ilusiones, de todas mis vocaciones perdidas. Un abogado inconcluso, un profesor sin cátedra, un periodista mudo, un bohemio mediocre, un impresor oscuro y, casi, un escritor fracasado. Noche de gran pesimismo”, escribió el 24 de febrero de 1959. Un día antes había escrito que ya no seguiría corrigiendo la novela que trabajaba en aquel entonces. Le preocupaba no encontrar una nueva técnica que le permitiera construir un mundo que no tuviera nada de común con los ya conocidos. “Yo que odio el lugar común, veo mi obra plagada de lugares comunes”.

Cada entrada en los diarios de Ribeyro es una mirada al abismo, es un elogio a ese título que los reúne: La tentación del fracaso. El diario íntimo tal vez sea la obra más sincera de cualquier escritor. Es la única que, en principio, no está comprometida editorialmente. Casi nunca se escribe un diario para ser publicado, se escribe porque se quiere luchar desde lo más íntimo con los demonios que solo al escritor le pertenecen. En las obras de ficción la realidad misma puede ser un código, en cambio en el diario íntimo todo se dice como es, como se siente. De hecho, casi siempre que se muere un escritor, la familia enfrenta el dilema si debe o no publicarlos.

La familia de John Cheever lo vivió a pesar de que él mismo le manifestó a su hijo Benjamin que, en su opinión, los diarios no debían publicarse antes de su muerte, “podrían incomodar a la familia”, dijo el escritor quien en sus diarios no mostraba el hombre ingenioso y encantador que había conocido Benjamin, sino que expresaba un montón de cosas dolorosas. David Rieff, el hijo de Susan Sontag, pasó por algo similar cuando murió su madre, y así tengo más ejemplos. ¡Ayyy, los diarios!, qué bueno sería que se leyeran más el próximo año.