¿RUSIA ESTÁ PONIENDO A PRUEBA A TRUMP?
Por MICHAEL J. MORELL Y EVELYN FARKAS
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Esta semana el secretario de Estado Rex Tillerson está haciendo su primera visita diplomática a Rusia, donde es probable que presione a Rusia por su manejo de Siria, el cual ha llamado “incompetente”.
Pero Tillerson debe reconocer que el involucramiento de Rusia en Siria es solo un ejemplo del papel cada vez más activo, y disruptivo, que el presidente Vladimir Putin ha venido jugando en el escenario mundial desde la inauguración de Donald Trump.
En enero, los separatistas apoyados por Rusia en Ucrania del este, probablemente bajo dirección de Putin, reforzaron su lucha contra las fuerzas del gobierno ucraniano, llevando a la violencia allá a su nivel más alto en un año y medio. Esto es un reto directo a los Acuerdos de Minsk -firmado por Rusia y Ucrania, construido por Alemania y Francia, y apoyado por Estados Unidos- diseñado para congelar la guerra y forjar el camino para restaurar la paz.
A mediados de febrero, Putin decretó que Rusia reconocería los pasaportes emitidos por dos gobiernos separatistas en Ucrania del este. Más tarde ese mes, en una movida aprobada o al menos justificada por Putin, el territorio separatista de Lugansk en Ucrania anunció que el rublo ruso se convertiría en su moneda oficial. Ambas acciones son ejemplos de la astuta afirmación de la soberanía rusa sobre partes de Ucrania oriental.
De nuevo en enero, Rusia movió tropas cerca de la frontera con Bielorrusia, diseñada para presionar a Bielorrusia para que acepte una mayor presencia militar rusa en su territorio. Y en marzo, el Kremlin dio la orden de la incorporación de las fuerzas armadas en Ossetia del Sur, uno de dos territorios separatistas en Georgia, a las fuerzas militares rusas.
Mientras tanto, el mes pasado el general Curtis Scaparrotti, el principal general americano en Europa, dijo al Congreso que Rusia y el Talibán afgano se están acercando cada vez más, sugiriendo que el Kremlin está suministrando armas al grupo insurgente. Apoyo material sería una escalación significativa del involucramiento ruso con el Talibán, y socavaría los esfuerzos estadounidenses para estabilizar el Afganistán. También aumentaría el riesgo de las 9.000 tropas americanas y las 5.000 tropas de la OTAN.
Hace dos semanas, el comandante de las fuerzas americanas en África, el General Thomas Waldhauser, observó que el papel de Rusia en Libia se está haciendo más profundo, con sus fuerzas especiales en la tierra en Egipto apenas más allá de la frontera con libia. Notó el apoyo ruso hacia el poderoso comandante de Libia, Khalifa Haftar, quien está resistiendo al gobierno reconocido por las Naciones Unidas en Trípoli.
Y claro, la semana pasada Rusia negó que el presidente sirio Bashar Assad usó gas sarina contra su propia gente. Esto es lo más reciente en el amplio y profundo apoyo diplomático y militar de Rusia hacia el dictador sirio, quien ha asesinado a unas 200.000 personas y desplazado a la mitad de su población.
Todos estos pasos tienen un hilo común. Putin, quien quiere control político sobre países vecinos y ser visto como un gran poder mundial, está poniendo a prueba al presidente Trump. Quiere ver cuán lejos puede llegar hasta que digamos “suficiente”. Aunque Putin tiene que reconocer que no es probable que la administración de Trump pueda retirar sanciones occidentales contra Rusia, como Putin originalmente quería, puede pensar que la aún inexplicable obsesión de Trump con él le permitirá moverse de manera agresiva, sin resistencia americana.
¿Qué ha hecho la administración Trump para responder a todo lo anterior? Ha habido fuertes palabras por parte del vicepresidente Mike Pence y el secretario de defensa James Mattis, y en particular por parte del embajador ante las Naciones Unidas Nikki Haley. Pero hasta ahora no ha habido rechazo por parte de Trump y, lo más importante, no ha habido acción.
La administración tiene que establecer una política clara hacia Rusia. Tiene que comunicar claramente lo que es inaceptable y fortalecer su disuasión, y de esa forma establecer su postura de negociación, para que pueda efectiva y realísticamente explorar áreas de cooperación.
Las señas deben comenzar con el presidente. Este debe pronunciar un discurso afirmando el interés estadounidense en la seguridad transatlántica y hablar decididamente sobre el derecho de los Estados a elegir la democracia, una economía de libre mercado y la pertenencia a la OTAN o a la Unión Europea.