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SALUDO PASCUAL, UNA INVITACIÓN A LA FE, LA ESPERANZA Y EL AMOR

24 de abril de 2017

Tres veces encontramos en el Evangelio de Juan (20, 19-31) el saludo gozoso de Cristo resucitado a sus discípulos: “la paz esté con ustedes”. También nosotros somos invitados, desde la fe pascual, a acoger la paz que nos da Cristo resucitado. Una paz que solo será posible en la medida en que cada cual desarme su corazón, para que todos nos reconciliemos y nos dispongamos a construir una sociedad en la que podamos convivir sin miedos ni sobresaltos.

En su encuentro con el apóstol Tomás, la referencia a las señales dejadas por los clavos en sus manos y pies, y por la lanza en su costado, significa que se trata del mismo Jesús que había muerto en la cruz, pero cuya presencia resucitada solo es captable por la fe. Y la frase de Jesús a Tomás –“Dichosos los que crean sin haber visto”- se hace realidad en nosotros cuando, sin exigir pruebas de laboratorio, reconocemos la presencia de Cristo resucitado en su nueva vida espiritual y decimos ante las especies consagradas del pan y del vino en la Eucaristía: “Señor mío y Dios mío” (Juan 20, 28).

Jesús resucitado envió a sus discípulos a proclamar la Buena Noticia de su Resurrección, una noticia que invita a la esperanza en medio de las dificultades de la vida presente. A partir de esta buena noticia los primeros cristianos comenzaron a formar una comunidad caracterizada por el ágape, palabra que en griego significa amor, en el sentido de una disposición desinteresada a compartir, y con la que se describe en el Nuevo Testamento lo que es Dios (“Dios es amor”: 1 Juan 4, 8.11.16).

Ágape se suele traducir también como caridad. Una caridad genuina, distinta de la caricatura en que se convierte al reducirla a la beneficencia asistencial sin compromiso con la justicia social.

La forma en que vivían los primeros cristianos como comunidad de amor (Hechos 2, 44), era un testimonio vivo de la verdad del mensaje pascual que proclamaban.

Como en aquellos tiempos, ahora nos corresponde a nosotros asumir y llevar a la práctica el compromiso de realizar en nuestra vida lo que significamos en la Eucaristía al partir el pan, com-partiendo todos como hermanos la mesa de la creación.