Columnistas

SALVADA DE LA VIOLENCIA

06 de noviembre de 2016

Tengo razones para el escepticismo frente al trabajo de ciertas fundaciones y corporaciones que surgen por cientos, no sé si por negocio o por verdadera convicción. Pero también he tenido el privilegio de conocer, casi que por dentro, algunas por las que siento un gran respeto y gratitud.

La Fundación Conconcreto encabeza la lista, porque empezó a construir paz hace treinta años, cuando la violencia en Medellín se hizo evidente y no se hablaba de posconflicto por ninguna parte.

El de Karol Gallego Valencia es un testimonio entre miles. Conoció la Fundación a los cinco años, y supo del anhelo: Anhelaba el agua, los amigos, el juego y los sábados, día de reunión del semillero, más que nada en el mundo. En ese momento, sin que lo supiera, fue salvada de la violencia, arrebatada de la guerra.

Entonces Medellín era Pablo Escobar. Y el barrio de Karol, de calles empinadas y laberintos sin salida, un terreno abonado para reclutar jóvenes y deslumbrarlos con armas y con los supuestos beneficios que traía ser parte de la guerra. Recuerda a unos señores de overol gris y armados que pintaban letreros “del pueblo y para el pueblo”. Ella lo entendería después: El pueblo iba desapareciendo. Pero para el pueblo quedaban el dolor, la sangre, los muertos, los desterrados... Sin embargo, el sábado todo era distinto, cuando el profe Ramírez, de la Fundación Conconcreto, esperaba a los niños en el parque y les inculcaba, en cada juego, una ideología distinta y un valor para trabajar.

El experimento fue creciendo. Cada vez había más soñadores y más profes que les enseñaban una forma pacífica de asumir el liderazgo sin armas, sin violencia y sin dolor: “Las actividades iban desde sembrar árboles hasta acampar casi una semana con un montón de gente que reunían de muchos barrios y municipios cercanos a Medellín. ¿Qué teníamos en común? Éramos los arrebatados de la violencia de los noventa... Te caes, te levantas; trabajas en equipo, o no llegas; duermen niños y niñas, y todos se respetan; el agua de ‘campo escuela’ es el elixir de la eterna juventud; agradecer por los alimentos es necesario y a quien los prepara, también. Todos somos iguales... pero debemos ser mejores”.

Los niños crecieron y se convirtieron en multiplicadores, ya no tan concentrados en el disfrute de los juegos, sino en el aprendizaje del modelo pedagógico para replicarlo con las nuevas generaciones, como una especie de cadena de rescate que aún no para. La guerra ha logrado robarse algunos jóvenes, pero la mayoría le han sido arrebatados por la Fundación Conconcreto en estos treinta años.

Casi en el anonimato, muchas empresas no solo levantan obras físicas, también construyen mejores ciudadanos. Necesitamos esfuerzos combinados entre empresa privada, Estado, institucionalidad y comunidad para seguir arrebatando colombianos a una guerra inútil.

Karol, que perdió la visión y la recuperó, que sufrió un aneurisma que la obligó a cambiar su forma de moverse, que nunca se creyó el cuento de la falta de oportunidades, que estudió una carrera costosa pese a los estigmas que cargan las personas de los barrios violentados y a veces olvidados de la periferia, es el ejemplo perfecto de que el problema no son nuestras laberínticas laderas, sino lo que seamos capaces de sembrar en ellas.

Ella lo sabe y bien lo dice: “A la palabra ‘imposible’ le sobran las dos primeras letras”. ¡Y sí que le sobran!.