Columnistas

Se complica la escolaridad

15 de enero de 2016

Viene creciendo de forma preocupante la dificultad para llegar a los estudiantes en los proyectos educativos. Esta es una observación registrada con mayor frecuencia entre maestros y padres de familia. Se hace más complejo el asunto de educar (diría de forma correcta: de acompañar los procesos de formación).

Justo en estas semanas, la gran mayoría de las instituciones educativas del país inician su calendario escolar; aún ajustan sus proyectos y las más efectivas estrategias para acompañar la educación de sus estudiantes. Y salta una vez más el drama de los docentes, buscando modos para llegar a cautivar y hacer efectiva su mano en los procesos educativos. Con sobrada razón aumentan de forma preocupante sus niveles de estrés.

Muchos padres de familia viven la odisea de encontrar las instituciones más adecuadas para matricular a sus hijos, algunos por sus capacidades excepcionales, y otros por las deficiencias para acceder al aprendizaje, retos que aún no ha dirimido de forma convincente el sistema educativo colombiano, y siguen siendo el coco de las aulas escolares.

Reconociendo que se han hecho grandes avances, las prioridades del contexto educativo actual van más allá de la calidad de las plantas físicas, la construcción y dotación de bibliotecas y laboratorios, incluso de la agenda de capacitación docente. Parece que la niñez y la juventud se nos fueran de las manos, que cada vez tuviéramos menos instrumentos para sentir que estamos a su lado y que ellos así lo sientan. Se hace evidente una crecida distancia generacional, fomentada en gran parte por el desarrollo abrupto de la tecnología. Ese es tal vez el primer indicio que nos distancia con las generaciones más jóvenes: la enorme facilidad con la que ellos la comprenden, usan y disfrutan, y la obvia dificultad y precariedad con la que los mayores accedemos a ella.

Otra razón contundente está en el desacuerdo, cada vez más marcado, entre las expectativas de los estudiantes y los contenidos curriculares. Como se está haciendo en el sistema educativo finlandés, el trabajo escolar, más que en los libros de texto, que han eliminado, debe girar alrededor de proyectos que apunten directamente a la resolución de problemas reales, de la cotidianidad, problemas en los que los estudiantes se vean involucrados; no los laberintos o ecuaciones fantasmas que nos desvelaron a muchos en la escolaridad, y persisten en los currículos de muchos proyectos educativos.

Pero hay algo más complejo de hilar en el ejercicio docente. Me refiero a la disposición suelta para interactuar con niños y adolescentes, un sexto sentido, más que un aprendizaje, un modo de ser, algo así como bajarse del adulto, la autoridad, la suficiencia y las conclusiones ancladas. Su mayor reto, más que en el área específica que ofrecen, está en lograr ser significativos, llegar al corazón de los estudiantes y ganar su confianza. Parece, sin embargo, que tocar la piel y el deseo de los estudiantes no tuviera correspondencia directa con la preparación académica. Como directivo docente durante veintidós años tuve la oportunidad de observar la capacidad excepcional que muchos docentes, con escasa preparación académica, tenían para llegar a los estudiantes, entender sus preocupaciones, captar sus expectativas y atinar en aportaciones significativas, pero, también, la torpeza de quienes, habiendo alcanzado varios títulos universitarios, no encontraban el modo para abrir el corazón de sus estudiantes.

En las escuelas necesitamos los mejores profesionales, pero también los seres humanos de más amplio corazón. Urgimos de proyectos educativos que cancelen la vigencia de lazarillo de los libros de texto y consigan recuperar el atractivo de la escolaridad.