Columnistas

Señor y Vivificante

13 de mayo de 2016

Miro fijamente por placer el árbol que tengo frente a mi ventana. De repente una hoja se mueve mecida por una gota de agua lluvia. Las gotas caen lentas, acompasadas, y las hojas se mecen en un concierto forestal que comienza.

Sigo contemplando. Me extasío presa de la fascinación. Este concierto de agua tiene director. Lo llamamos Señor y Vivificante. Señor es dueño, el que tiene dominio o señorío sobre algo o alguien. Dominio de amor sobre todo cuanto existe.

Vivificante, palabra extrañamente hermosa, participio de presente de vivificar, el que vivifica, el que da vida, existencia a la piedra, al árbol, al pájaro, al hombre, a la lluvia, al ángel. La existencia le pertenece en todas sus manifestaciones. Es su dueño.

Señor y vivificante, el Espíritu está en todo. Ni cerca ni lejos, la verdadera intimidad de cada cosa, su presencia no ocupa espacio ni lugar. San Agustín lo sentía más íntimo que él a sí mismo llevándolo adondequiera que iba.

Cultivo con esmero mi sensibilidad para percibirlo, acogerlo y dejarme guiar por Él. Nada más fácil, y más al saber que Él es el director del concierto de la lluvia en los árboles. Acontecimiento prodigioso de la espiritualidad.

Conozco un testamento anónimo. “Se manifiesta huyendo. Si lo seguimos, no podemos verlo. Esto mantiene el corazón dolido y vigilante”. Sin hacerme violencia, me lleva adondequiera que voy. Soy el camino que recorre, es el camino que recorro. Sin tiempo ni lugar, Espíritu al fin, por estar en todo, en todo hay espiritualidad.

En sus noches de desvelo, Juan Ramón le cantaba: “Los caminos de la tarde / se hacen uno con la noche. / Por él he de ir a ti, / amor que tanto te escondes. / Por él he de ir a ti / como la luz de los montes, / como la brisa del mar, / como el olor de las flores”. Con alborozo sin fin hago mía esta canción. Su cercanía es lejanía y su lejanía cercanía.

Vivificante, Señor y Dador de vida, propiamente no está detrás ni delante, arriba ni abajo. Mi mente y mi corazón se extasían de saber que está en cada persona y cada cosa dándole amorosamente la existencia. En el acontecimiento vivificante de su presencia consiste la espiritualidad.

Como si me mostraran la ruta del infinito, las personas que piensan, miran, escuchan y hablan con espíritu me llenan de felicidad. Con su señorío de amor, el Espíritu Santo acontece sin cesar en la vida cotidiana.