Seres ondeantes
Querido Gabriel,
¿Cómo estás?, preguntó a su interlocutor que no prendía la cámara. Me hace falta verte. No me puedo quejar, hay otros peor, respondió arrastrando la voz, su rostro llenó la pantalla. Tenía el color de piel del insomne y no era capaz de levantar la mirada. No quise molestarlo con preguntas. Conozco a una persona tan valiente que cuando alguien le dice que tiene mala cara, responde: sí, tengo mala cara ¡porque no me siento bien! Pero casi nadie es tan sincero. Siempre decimos que estamos bien, que ahí vamos, que gracias. Sin embargo, en estos tiempos, la verdad es que todos andamos frágiles. No es algo nuevo, pero la situación se agravó con la pandemia. ¿Hablamos de salud mental en el segundo año del covid? ¿Conversamos sobre emociones esta semana de marchas y fallecimientos, de miedo y angustia colectivos?
Nuestro amigo, el médico artista, dice que la esperanza es una responsabilidad, tiene razón. Hay que afrontar la realidad y hacer lo mejor posible con ella. Toca, como decimos los colombianos. No ganamos nada, al contrario perdemos, al echarnos al dolor. Sin embargo, quien haya viajado en avión sabe que, cuando hay una emergencia, la recomendación de seguridad es ponerse primero el oxígeno antes de ayudar a los demás. ¿Será que el mismo principio aplica para el resto de la vida?
“El hombre es una cosa vana, variable y ondeante”, escribió Montaigne. Con este epígrafe adorna Barba Jacob su Canción de la vida profunda. La condición y la fragilidad humanas no desaparecen al negarlas. Al contrario, contar las pesadillas las conjura. Reconozcamos nuestra vulnerabilidad, hagamos el duelo por la pérdida de seres queridos y de nuestra anterior forma de vida; aceptemos que tanta incertidumbre agobia y desgasta. Podríamos saludar como Daniel Suárez, que recuerda a Andrés Caicedo: ¿Cómo vamos de abismo?
Quizá esta pregunta abra la puerta de las emociones contenidas. Al normalizar la salud mental como hace relativamente poco hicimos con la salud física (con las abuelas no se podía hablar de las dolencias porque era descortés), podremos decir angustia, miedo, depresión y duelo en voz alta, sin misterios. Con el tiempo, además, afinaremos la mirada y comprenderemos otros estados que no son precisamente enfermedades mentales, pero igual requieren atención. Como la languidez de la que hablaba hace poco el sicólogo Adam Grant en el New York Times, una sensación de falta de energía y vigor, en la cual aún no estamos mal, pero claramente ya no estamos bien.
Al reconocer el monstruo que nos habita y mirarlo compasivamente, lo integraremos. Descubriremos las herramientas a nuestra disposición, el velo que nos cegaba será levantado. Podría ser tan simple como meditar, mejorar la dieta, hacer ejercicio, una buena respiración, asumir aquella pequeña tarea del día sin pensar en el futuro, leer algún verso, ver una serie que desate nuestra imaginación, hacer el amor o conversar con un viejo amigo. Si, luego de explorar estos “recursos naturales”, aún sentimos que la emoción nos supera, podemos levantar la mano y pedir ayuda a profesionales que saben cómo cuidarnos. Nadie debe quedarse solo, languideciendo o muriendo en silencio. Todos tenemos derecho a la esperanza.
Al reconocer que la salud es también, y ante todo, mental, levantaremos la mirada y podremos navegar sobre esas olas, las ondas de las que hablaba Montaigne. Comprenderemos que la vida profunda, si bien tiene muchos de esos “días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres”, también nos depara jornadas sórdidas, plácidas, fértiles y móviles... porque “es clara, undívaga y abierta como un mar...”
* Director de Comfama