Columnistas

Sin reservas

25 de junio de 2015

Ahora que la encíclica del Papa Francisco toca la puerta de la reflexión sobre el abuso de los recursos naturales, vale la pena tomarnos un minuto para pensar en lo que hacemos.

En abril del año pasado el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz le recomendó al presidente Santos no apostarle tanto a la minería, y le advirtió que tuviera cuidado, refiriéndose a que : “los países con una gran cantidad de recursos naturales deben darse cuenta que si se dedican a explotar lo que tienen bajo tierra se están haciendo más pobres”.

Colombia, al igual que otros países latinoamericanos, se ha dedicado a realizar una explotación intensiva del petróleo como fuente de ingresos para el funcionamiento del aparato Estatal y para la inversión en infraestructura.

A pesar de ser un recurso natural no renovable, la gran cantidad de pozos en el subsuelo colombiano hicieron que las exploraciones, al menos desde 2008, compensaran con nuevos hallazgos los recursos explotados, pero a partir del año pasado, una mezcla de falta de exploración y mala fortuna, dio lugar a que los barriles extraídos ya no se compensen con las reservas encontradas.

Lo cierto es que con el incremento de la explotación petrolera, a partir del año 2000 el país ha venido disminuyendo sus reservas y con ellas la autosuficiencia; es decir, la capacidad de abastecer sus necesidades por sí mismo sin depender de países terceros.

Hoy, la autosuficiencia de Colombia es de 6,4 años; una cifra muy baja si se tiene en cuenta que la de Brasil se ubicó en 18,9 años; la de Ecuador, en 39,4 años; la de Perú, en 40 años. Pero claro, la producción diaria de Perú y Ecuador ronda los 500.000 barriles e incluso se ha frenado en los últimos meses como medida de contención frente al bajo precio del petróleo.

Todo lo contrario sucede en Colombia, que celebraba en febrero haber alcanzado una producción superior al millón de barriles diarios, y hasta se plantea la explotación por fracking, justo ad portas de la peor caída de precios de la última década.

Pero lo verdaderamente caótico es que la explotación irresponsable del petróleo es solo el reflejo de un modo de ser que nos identifica. Colombia se ha dedicado a malgastar sus recursos, a vivir el presente a costa de acabar con todo lo que tiene sin pensar en el futuro.

El campo colombiano hoy está inundado de caña y palma para uso industrial quitando espacio para la reserva alimentaria, los ríos más importantes al borde del colapso por la contaminación y la minería que se practica es en un 95 % ilegal.

Es igual a la forma en que se hace política: cada nuevo gobernante se dedica a lo urgente, a concentrar los recursos en las obras pequeñas que son aquellas que puede inaugurar en su mandato, por eso nuestra infraestructura tiene un siglo de atraso. Es nuestra forma de pensar y nuestra forma de vivir. Acostumbrados a la primavera eterna de nuestro trópico y a la inigualable despensa de los pisos térmicos, nos dedicamos a explotar la materia prima pero no aprendimos a transformarla, ni a crear tecnología. Como dice Stiglitz, tener muchos recursos naturales puede ser una maldición.

Es quizá el momento de reflexionar en que el único desarrollo posible es aquel que sea sostenible, lo demás es solo el uso irresponsable de los recursos que pertenecen a nuestros hijos.