SOBRE EL DESMODELAJE
Estación Iconoclastia, donde ya no se destruyen ídolos como en los tiempos bárbaros sino que se caen solos, pues sus fundamentos no eran buenos o estaban parados en mero lodo, o eran una cosa y resultaron siendo lo contrario, que en estos tiempos de química enrarecida o, si se quiere, de novela negra intensa, lo que aparece como modelo (consecuencia de la propaganda) resulta siendo una cosa abstracta, algo viscoso o plásmico. Y en esto de los estados de la materia y las costumbres pactadas, ya lo sólido parece no existir y, entonces, lo que se planteaba como camino y meta acaba siendo un berenjenal que ni siquiera produce berenjenas sino gente pálida, con la mentira en la boca y bueno, cayendo. Y en este punto, la caída (Albert Camus escribió una novela con este nombre), los que caen tratan de cubrirse haciendo caer a otros, negociando menos pena a cambio de lo que saben, pero eso que dicen saber tiene el beneficio de la duda: cuando se hunde un barco hay que pegarse de lo que sea.
Que América Latina es un continente de desgobiernos y administraciones corruptas, no se duda. Desde las crónicas de Indias ya se habla de traiciones y malas mañas, y ni qué decir lo que se cuenta en las novelas (en “El Papa Verde”, de Asturias, por ejemplo), que no es ficción sino realidad rampante, y no porque se mantenga alta del piso (como en el relato de Italo Calvino, “El barón rampante”), sino es estado de lujuria y cría permanente. Así que abundan los otoños de los patriarcas, los señores presidentes, los yo supremos, en estado constante de desmesura creciente que rompe límites morales y políticos y ya todo es un gran Burundú-Burundá, ese desfile inmenso de huevos de la serpiente que nos hunde en el cuarto mundo, cosa que no se sabe qué es ni cómo funciona, pero que crece con los calores y la humedad.
Perú, Brasil, Venezuela, Paraguay, Colombia, Centro América, Las Antillas, son escenarios de circos abundantes en maromeros, gente que mete la cabeza en la boca del león, payasos que se acomodan la nariz, saltadores por entre círculos de fuego y cuchillos, personajes disparados por un cañón, etc. Como en Underground, la película de Emir Kusturica, toda locura es posible, incluso que lo que ya pasó siga vigente, y de esta manera, en estas tierras calientes y huracanadas, se asiste al espectáculo de lo absurdo, lo increíble y lo real-irreal. Y frente a estos actos y los que fueron modelos, el ciudadano se encoge de hombros, se pone un paraguas sobre la cabeza y espera a que el aguacero termine. Y esta es la última esperanza: que deje de llover y de tronar, que al menos pueda llegar a casa y sentarse a mirar. Sí, mirar.
Acotación: la corrupción, que al convertirse en modelo de lo alto se cría igual por lo bajo y ya no son solo los de arriba sino también los de la base los que se corrompen, es una condición de destrucción. Se comienza con un orín suave (un óxido), luego ese orín se mezcla con moho y al final lo que era una señal ya no es más que un espantapájaros en un sembrado seco y en tierra erosionada.