SOBRE EL FÚTBOL.
Estación Goles, en la que abundan gritos y alaridos, coros de las barras, caras largas y pintadas, principios de infarto y de depresión, apuestas a favor y en contra, expertos desde la silletería, gente de pensamiento fijo, intolerantes con banderas, asustados de camiseta, pitos y truenos, olas a medio empezar (ya la campaña se recuerda poco), fiesta desbordada, brazos levantados, manos en la cabeza, puños en alto, maldiciones con abanico de palabrotas, atención dispersa, insultos a los árbitros y a los jugadores, catarsis y frustración, que los goles son eso, los que se meten y los que tapan, los que botan y los que no se vieron. Y esperando esos goles, la jugada que se sale de la técnica (la táctica inesperada), pasan cosas en otros campos, que no son especialmente de fútbol pero en los que sí se juega mucho en ellos. Y es que el fútbol, la manera de verse y de aceptarse, define bien una sociedad y las jugadas de sus dirigentes para que la gente grite, se desahogue y no piense.
El fútbol, que ya es patrimonio de la humanidad (es lo que más se juega), tiene el encanto del juego que sublima la guerra. Allí, en el campo de juego, aparecen dos equipos que se enfrentan para que uno gane o queden empatados, y los jugadores (esos guerreros sin armas) hacen gala de sus técnicas, de su gallardía, de la pericia manejando una pelota, de su capacidad de seguir y entender las normas, del respeto que se le debe a quien arbitra y de la astucia que requiere evadir a otro sin causarle daño. Hasta aquí la teoría que casi siempre se cumple entre los que juegan pero no entre los hinchas, que si bien son parte del equipo las más de las veces se desbordan y lo que era un juego para ver se convierte en una manera de agredir y soltar al aire las peores palabras, convocando ahora sí a la batalla y al desorden.
El fútbol es un espectáculo, pero no así sus seguidores cada vez más polarizados. Recuerdo cuando algún locutor gritaba: ¡fanáticos!, al referirse a los hinchas. En ese momento era una manera de nombrar a los emocionados con el juego, pero hoy ya es otra cosa. El exceso de fútbol (ya ni sé cuántos campeonatos se juegan) y el hecho de que ese fanatismo no aparezca ya una vez a la semana sino dos o tres veces, ha ido moldeando comportamientos, a la vez que los mezcla con otras situaciones (la política, la religión) emocionales, produciendo una persona siempre en estado de alerta y de agresión. Y lo peor, que todo lo resuelve a partir de desborde de emociones y sin admitir confrontación. No sé, pero eso que Albert Camus, poniendo el fútbol como ejemplo, definía como ética, ya no es. Es otra cosa.
Acotación: es evidente que los gobiernos usan el fútbol para dispersar la atención sobre otros tópicos que están en problemas. El deporte, así como la muerte de los famosos, ha servido para esto. Pero ¿qué pasa cuando se trata de mantener a la masa emocionada todo el tiempo? Pasa que el país se vuelve de mentiras.