SOBRE ILUSIONARSE Y DESPUÉS TRAGAR ENTERO
Estación Soñar y Despertar, abundante en gente que se restriega los párpados y siente la boca seca, cuando no mariposas de madera en la barriga y algo como alambres en las piernas, que después de la fiesta es cuando hay que arreglar la casa, lavar la ropa, ordenar lo que sobró y barrer lo que quebraron, despertar a los que amanecieron dormidos en la cocina, mirar que los discos estén en su lugar y, todavía medio dormidos, recordar a los que bailaron sin parar, a los que se enamoraron y antes de salir rompieron, a los que llegaron tarde y alegaron que encontrar la dirección fue difícil, a los que cantaron y hubo que callar, a los que toda la noche permanecieron criticando o mirando feo, en fin, a tanta gente que se hizo ilusiones, prometió lo que no debía, hizo préstamos sin plata y juró amor eterno, sin que faltara el que trató de saltar por la ventana o el que solo llegó a comer y no trajo nada, que en las fiestas se ve de todo, se viven emociones fuertes y cada uno aparenta para que le crean, soltando lo indebido.
Y en esto de las fiestas, que vienen desde las bacanales y los mitos órficos, que se legitimaron con los carnavales y los delirios masivos, abundan los engañadores y los profetas de lo peor, los maquillados al extremo y los jugadores de lo que sea, que el asunto es divertirse y proponer lo que ya no se hará, hacer catarsis, ilusionarse para cubrir faltantes y sacarle partido al entrepierne, como cuando se baila bolero y el ambiente cambia a punta de palabras que emocionan y hacen ver lo que no hay, lo que permite bailar con la más fea (con el más feo) y después, al otro día, tratar de usar un mantra efectivo para que lo que pasó no hubiera pasado, pero ya qué hacer y así comienza el susto (que antes era alegría) y bueno, aparecen las consecuencias y ya sabemos que no hay disculpas, pues habíamos soñado con esa fiesta.
En las Confesiones del estafador Felix Krull, una novela de Thomas Mann, el escritor alemán se hace una pregunta: ¿Por qué nos gusta que nos engañen? Y la respuesta que Krull da, es que necesitamos que nos hagan soñar, que alguien canalice nuestras iras y frustraciones, que nos ilusionen y nos sienten frente a un escenario donde lo cierto no existe pero que la imaginación hace existir. Y así, invitados a la fiesta, mientras esta dure somos otros, lo que deseamos lo hacemos certidumbre y nada es como es sino como queremos que sea, lo que permite a tipos como Felix Krull que sus adictos se entreguen a sus juegos e ilusionismos y a las seguridades (inseguras) que ofrece. Ya, pasado el festejo (algo así como en un aquelarre de las brujas), la realidad reaparece, lo que se soñó se esfuma y solo queda lo que hay. ¡Ay!
Acotación: el siglo XXI aparece como el del show. Y en este show, donde todo se hace ver como una película con efectos especiales o un concierto de rock pesado, la gente sueña, aplaude, grita, desahoga sus miedos, cree en lo que sea y al final aparecen los Brexit, los No emocionales, los efectos Trump, eso, las mentiras en las que creímos. Y no sé cómo será reponerse.