Columnistas

Sobre la fiebre de poderes

07 de noviembre de 2020

Estación Termómetro, que no solo define la temperatura de un cuerpo activo o quieto sino también los grados de delirio a los que llegan los que se niegan a parar y a seguir deseando mientras tratan de que el tiempo no corra y que la realidad no sea la que es sino otra. Y en esta fila de gente enfebrecida se ven eruditos que solo se admiten ellos mismos, políticos que dan la vuelta, pretendientes a científicos, financistas que solo piensan en cifras crecientes (sin importar si lo demás se revienta), espiritualistas reclamando la materia inmóvil y mucha otra gente que se hace implantes y sigue dietas para sostenerse donde ya no cabe, pero no lo admiten. Gente rara (pero cada vez más común) que acelera su entropía (uno se acaba debido a las carreras), daña su capacidad de pensar y al final hierve por todo, evaporándose al final, pero antes habitando y repartiendo infiernos. Reventando los termómetros, se podría decir.

Arthur Bloch, en su libro La ley de Murphy para abogados (cuanto menos diga, de menos se tendrá que retractar), dice: Ley de Philo: “Para que usted pueda aprender de sus errores, primero tiene que darse cuenta de que los está cometiendo”. Pero esto, en las ansias de poder (y en la erótica que representan), no se admite y mejor se recurre a esa sicología conductista en la que yo soy lo que me propongo y el mundo se parece a mí, a mis criterios y objetivos. Y en este juego, que más es un encierro mental y sentirse en jaque mate, quienes buscan el poder por encima de todo, saltando leyes y normas, mienten, crean miedos, evaden la autoridad (que es saber construir con inteligencia) y empiezan a sufrir de paranoias diversas. Todo esto se nota en los dictadores y dueños de emporios que no controlan, en los que no permiten el reemplazo o no admiten que el otro sepa más. Fiebre en aumento.

A lo largo de la historia, la desmesurada búsqueda de poder fue una constante. Y como el poder desborda la razón y deforma lo que sucede, se permitió la aparición de astrólogos y espías, creadores de amuletos y pócimas, intermediarios con dioses y cambiadores de la realidad (basta con leer o ver las tragedias de Shakespeare para enterarse de todo esto). Pero esa historia no ha pasado, sino que sigue vigente. Y en la fiebre de ahora, que polariza e impide todo diálogo, los distintos poderes deliran, crecen y confunden. Y el termómetro está que explota.

Acotación: Si solo hay poderes y no autoridad, si la desmesura no tiene límites, sino que se desborda (lo líquido de Bauman se ha vuelto un torrente loco), y si esos poderes crean micropoderes con las mismas ansias, lo que siga ya está previsto: somos de nuevo animales alucinados. 45°C.