Columnistas

SOBRE LA MEZQUINDAD

20 de febrero de 2016

Estación Conspiración, en la que lo escondido se mueve por muros, cerchas, rieles, muelles, máquinas de tiquetes y gente con bufandas que van hacia adelante y atrás, según la situación, dando pasos sobre la línea amarilla mientras se acomodan los gabanes, las gafas oscuras y los periódicos con los que se esconden la cara; que sonríen con un complicado sistema de alambres que les estiran y encogen los labios y hablan, escondiendo lo que quieren decir, con otras palabras. Y en ese ambiente enrarecido, en el que deberían abundar los avisos de cuidado, prohibido estacionar, monte a tiempo, mantenga el morral contra el pecho etc., lo que más hay son ojos que vigilan, digestiones que se hacen mal, envidias, deseos reprimidos, rabias contenidas y planes para destruir, detener y dañar, pues los conspiradores no tienen paz sino un malestar en el que no se admiten y por eso señalan y mienten mientras pierden la decencia y la vergüenza. Son los que la literatura llama como los debutantes, gente bluf.

En la historia, esto de las conspiraciones no ha sido raro. Desde los que conspiraron para condenar a Sócrates a tomar la cicuta y los que se unieron para matar a Julio César en nombre de la República; desde los envenenadores renacentistas (de los que Leonado da Vinci da cuenta en su manual de etiqueta y de cocina) hasta las cortes de los milagros de las que habla don Ramón del Valle Inclán, incluyendo logias y clubes del mal decir y hacer, la conspiración se ha mantenido viva. Y en esas conspiraciones, como escribe Humberto Eco en su libro El cementerio de Praga, la mezquindad está presente. Los mezquinos falsifican, atropellan, mienten, se convierten en inquisidores y posan de víctimas cuando los descubren, que para sus acciones esto del amor propio, del pobrecito yo, ha sido su defensa. Son actores bufos.

Para los tiempos morales que corren, que están tan o más contaminados que el medio ambiente, la mezquindad hace parte del pensamiento líquido (con perdón de Bausán). Y en esa liquidez, que es un regarse y meterse por cualquier parte (lo privado, lo escandaloso, la interpretación indebida, la mala fe), la conspiración se crece. Y no aparece de manera espontánea, como quizá sucedió con el Big-Bang, sino que es producto del fracaso de la justicia, las instituciones, la educación, los malos gobiernos, la proliferación de la codicia y la cría de deseos desmesurados para borrar complejos, porque pareciera que el cuidado de sí (la epimeleia, que tiene como base la aceptación del otro) fuera un legitimador del egoísmo, el narcisismo y la incapacidad. Y frente a lo que me deshumaniza, la mezquindad ayuda.

Acotación: En términos románticos, los de la Revolución Francesa y la norteamericana, se conspira para liberar al hombre de todo lo que lo daña (esa al menos era la intención de la masonería y los movimientos libertarios), promoviendo ideas de buen gobierno y creación de derechos de igualdad y respeto entre los ciudadanos. Pero eso no pasa hoy, cuando conspirar solo es ser mezquino.