Columnistas

SOBRE LA PAZ

13 de agosto de 2016

Estación La Finca, con aire fresco y clima amable, paisaje verde con visos rojizos al fondo y una buena casa con patio y corredores exteriores, un jardín bien cuidado en el que abundan las bifloras, las adelfas y las rosas; el sonido y arrullo de un arroyo de aguas limpias, el canto de sinsontes y canarios, el paso de gente buena de camino al campo o a la iglesia, las pequeñas casas configurando la aldea, el humo limpio de las cocinas, las mujeres y hombres que ríen y sacan en orden lo que la tierra da, los que rezan agradeciendo los dones recibidos, los que cuentan historias en la noche, el libro que alguien lee despacio y pronunciando bien las palabras para que otros oigan y entiendan bien cada significado, la buena cama y el buen plato, las tradiciones que se cumplen, las costumbres en las que el otro es importante, el vuelo de las guacamayas de colores, en fin, estas imágenes de paz son fáciles de entender pues están en el imaginario colectivo, en los cuadros y en las palabras que hemos ido olvidando.

La paz es un estado de amabilidad, un sentir en orden, una clasificación de bienes y de usos, una experiencia educada con el otro (lo que da seguridad), un aprender a valorar el sentido y ubicación de cada cosa, un dormir y despertar tranquilos, un comer agradeciendo y un hacer creyendo en muchas posibilidades. Y no es solo una firma ni una ausencia de guerra sino un ansia permanente de justicia en la que cada hombre y mujer tienen un lugar para ser y estar sin miedo, construyendo y cuidando lo esencial (lo que debe ser sacralizado, por ejemplo el agua y la tierra). La paz es un aprendizaje continuo, un saber creciente con conciencia de lo que debe existir, un sentir que se comparte, un aprender del otro, un tolerar la diferencia y una confrontación ordenada con valores en la que cada punto de vista enriquece el debate.

Sin embargo, la paz, es tan frágil como un papel de seda. Se rompe fácil con cualquier malentendido, con la envidia y la codicia, las palabras indebidas, la mentira y el engaño. Y desaparece con el caos, la confusión en los caminos a seguir, el incumplimiento en las promesas, la educación inadecuada, las largas para construir algo (en las esperas la paz se convierte en guerra) y los deseos desmesurados que obstruyen la planeación, permean mal los acuerdos y rompen lo previsto. La paz, como un niño o una flor, depende del cuidado, de la belleza que contenga, de los logros en común, de los cumplimientos, del orden de la casa, de los horizontes que tengamos y de la racional manera de llegar a ellos. Y en esa paz, la palabra imposible no existe, pues la paz es un ir con cuidado, pues sus pies son de cristal.

Acotación: Creer en la paz es creer en lo más noble uno mismo. Pero la paz es una construcción, algo que comienza en casa, sigue en el colegio y se afirma con el trabajo y las relaciones sociales. Y es frágil como todo lo hermoso. Buda decía: aquel que quiere una flor, la corta. Quien la ama, la cuida y la riega cada día. Así es la paz.