Columnistas

SOBRE LA RENTABILIDAD

18 de julio de 2015

Estación A por la plata, en la que abundan las calculadoras científicas (si es que lo son), las proyecciones en visiones (que resultan siendo más deseos que retos), las misiones reestructuradas de manera continua, los rendimientos previstos en curvas y rectas que habitan en retículas 3D, los indicadores de gestión que alucinan y deliran, las megatendencias del momento (que incluyen coaching), las prospectivas sobre compras de deudas y diseños de servicios sobresaturados para la venta, la rentabilidad financiera moviéndose de un lado al otro, los sobresaltos de dinero líquido, los retornos acelerados de la inversión, los movimientos fantasmas que asaltan las bolsas, el tiempo como constante de relación dinero-dinero (lo que vale estar y lo que debe rentar), los objetivos a cumplir (sin haber cumplido los anteriores), las evaluaciones temidas, en fin, el sitio donde el dinero cumple su cometido de ser el centro y la periferia: el fin único convertido en utilidad oro.

Es claro que toda empresa, sea de bienes de capital, productos o servicios, debe ser rentable. Es un asunto de hacer, intercambiar satisfaciendo necesidades y mejorar en lo que hace, lo que implica un desarrollo sostenible. Su competitividad, cuando es cierta, se cifra en generar desarrollo y crecimiento racional, es decir, que lo hecho sea bueno aquí y ahora. Así que el fin de la empresa, su verdadera rentabilidad, es crear sociedad: personas que trabajen como es debido, que logren un estándar de bienestar y, siendo útiles, consuman y se muevan seguros para que valga la pena estar vivo. Porque una sociedad funciona cuando produce una clase media poderosa capaz de generar ciencia, tecnología no agresiva y cultura que legitime ese ocio creativo que produce ideas y formas de convivencia sana.

Pero, en la desmesura que vivimos, pareciera que el fin de cualquier empresa es solo producir utilidad en dinero. Se habla de la rentabilidad financiera como fin (casi que como un delirio) y no como medio, así que en los balances se lee lo que ha producido en dinero y no en bienestar real, lo que ha rentado y movido en bolsa y no en lo que ha sucedido a su alrededor, que sería la justificación de que esa empresa exista. Y ese dinero que se logra sin que importe cómo, debe producir más dinero para comprar lo que produce dinero, llegándose al punto de que, debido al exceso, ya no hay en qué invertir y esas utilidades, ya quietas, comienzan a depreciarse. Y así el dinero, que es el sueño, se convierte en pesadilla.

Acotación: las economías cifradas solo en el almacenamiento de dinero están produciendo sociedades cada vez menos viables, que a su vez generan personas que se aíslan de los ciclos microeconómicos, que son los que realmente dan la medida de lo que pasa. La macroeconomía dice cuánto se gana pero no cómo se reparte. Y ahí está el problema: el dinero como fin que nos destruye .