SOBRE OIR BIEN
Estación Sonido, a la que llegan cantos, silbidos, voces, ideas, murmullos, emociones, ilusiones, sustos, trinos de pájaros, craquidos (la palabra no existe, pero suena), palabras, zumbidos (en especial cuando se tiene la presión alta), toquidos, maullidos, ladridos, caricias, vibraciones, y la lista sigue, pues el sonido ha hecho parte del cosmos y la Tierra, de las gargantas animales y de los instrumentos, de los aguaceros y los vientos, incluso del suave ruido que produce una hoja al caer, concepto para el que los japoneses tienen una palabra, yámaha. Y en esto del sonido se incluye el silencio, que es una vibración baja, pero no por ello bastante sonora, como dicen los monjes tibetanos y los físicos, que encuentran en los mundos silenciosos esferas que contienen inmensidades y, como en el caso de las matemáticas, música que permite medir, pesar, ampliar o reducir. El sonido es el tiempo.
Y este sonido nos llega a través del pabellón de la oreja y del canal auditivo, el tímpano que vibra y una serie de piezas que refinan lo que suena (el martillo, el yunque y el estribo), permitiendo que tengamos una idea de la exterioridad más certera. Recuerdo de mis clases de anatomía el efecto Doppler que permite sentir el movimiento: lo que se acerca, pasa y se va. Y si nos vamos a la música clásica (que es la que más sonidos le permite percibir al oído a partir de la melodía, el timbre, la armonía y el ritmo), hay una pieza que me gusta mucho: La fanfarria del hombre común, de Aarón Copland, que es la que nos dice que entramos en el espacio, los planetas, las galaxias y ese más allá sentido que tanto le gustó a Stanley Kubrick. Es que el sonido no solo es realidad, sino posibilidad, imaginación y libertad.
Elías Canetti, el Premio Nobel de Literatura, 1981, se creó El testigo oidor, ese personaje que es quien más aprende cuando toma los sonidos adecuados para conocer, aprender, sentir y hablar en orden, y por extensión, escribir con contenido. Oír entonces no es escuchar ruidos (los animales tienen un excelente oído para esto), sino recibir del mundo exterior (la alteridad) esto que nos permite crecer como humanos. De aquí la importancia de las emisoras culturales, las que producen el mejor sonido y contenido para educar el oído y, en esta educación, la mente, la capacidad de percepción y los espacios necesarios para ser inteligentes, pues el buen sonido lleva a hacerse preguntas y buscar la mejor repuesta.
Acotación: Elías Canetti, con su testigo oidor, nos lleva al Círculo de Viena, donde oyendo a los mejores se entendía el contenido del hombre. Y esto pasa con Radio Bolivarana, de la UPB, que cumple 70 años siendo una universidad abierta que expande cultura en su mejor estado: humanidad inteligente.