Columnistas

SOBRE TANTA EMOCIÓN ENCONTRADA

08 de octubre de 2016

Estación Cross-over, en la que el vallenato se mezcla con la ranchera y el corrido mexicano y así los unos se abrazan y los otros lloran, algunos miran con ojos de amor y deseo y otros de pelea y revancha, sin que falten los que están ahí sin ser invitados o los que se crecen porque creen que ganaron una lotería inesperada y esto los convierte en réplica de los sabios de Grecia o en jueces con más peluca que entendimiento, a más de los exaltados y los místicos, los fanáticos y los asustados que, en una especie de círculo del despecho (género muy apetecido entre nosotros), gritan, maldicen, señalan y, como en un tren cualquiera de la revolución mexicana, se repiten la canción aquella de Gaviota traidora (en el Wurtlitzer, la tecla G-6) pudiendo mejor cantar Cambalache, que en esto de las emociones todo se vale, el mundo gira al revés y la realidad se pierde convertida en una alharaca, en un tejido de caminos enredados, en esperas y desesperos, en fiesta en la que de repente apagan la luz y bueno...

Desde la llegada de Colón (y no sé si antes), en estas tierras calenturientas y de aguaceros imprevistos, hemos sido más emocionales que racionales, más gente de la Edad Media que del Renacimiento. Y quizá esto se deba a los imprevistos y a los miedos contenidos, a las envidias y a los deseos que no se cumplen, lo que alienta la represión y el susto, los egos que se enferman y la continua negación (nos asustamos por ser de estas tierras). Colón no supo qué hacer con el descubrimiento y terminó delirando (en su diario mezcla la llegada al paraíso con sirenas que lo persiguen). Cuando llegaron las independencias, en las que asustados con Napoleón se luchó en nombre de un rey enfermo y al final hubo que liberarse quedando más dependientes, el susto llevó a guerras civiles, a mantenerse a la defensiva y a no crear país.

Y sí, somos emocionales, gente de gritar goles e insultar árbitros al otro lado del televisor, de soñar más de lo debido y de creer que lo poco es mucho. Nos conformamos con poco, pues de un deseo pasamos a otro (habitamos la espiral de la ilusión) y nos gustan los magos que sacan esperanzas del sombrero, los que triunfan fácil (amamos el esfuerzo mínimo), los que no leen (por ahí se dice que leer enloquece), los que logran muchos títulos así no sepan nada, los que ocupan cargos que no entienden; en fin, en el mundo de las emociones, a veces muy fuertes para segregar adrenalina, nos hacemos en un permanente avanzar sin ir, en una estructura que cada tanto se cae debido a las frustraciones y en un alegar que, a falta de argumentaciones fuertes y de previsiones, llevan al cansancio y así solo buscamos dormir.

Acotación: la entropía positiva lleva a que todo se destruya. La negativa a construir y transformar. Y para ejercer la entropía negativa, que es propia de los que se hacen humanos, hay que formarse social y políticamente. Sin esta formación, terminamos haciendo una especie de teología sobre los 3000 o más dioses de la India, lo que no deja de ser muy emocionante. Y peligroso.