Columnistas

SOBRE TANTO DIABLO SUELTO

19 de noviembre de 2016

Estación Infiernitos, siendo el infierno un lugar que ya está parcelado, pues cada uno lleva el propio y con él carga, come y duerme (esto cuando puede dormir) y, por extensión, se convierte en un infiernillo: esa hornilla donde se asa lo que se puede, funciona con alcohol o mal aceite y casi siempre lo asado queda mal y con un cierto olor difícil de quitar de encima. Y en el infierno o el infiernillo, los diablos abundan y ya no son solo los atrapados en los libros de demonología medievales (entre ellos los de la Comedia de Dante) sino otros diversos. Algunos diablos son extensiones de los primitivos y otros configuran verdaderas innovaciones, pues en cuestión de diablos e infiernos, como en la tecnología informática y los discursos de marketing y coaching, las variaciones apuntan en todas las direcciones. Y en esta explosión (todo infierno es candela), hay diablos grandes y chiquitos, cuadrados y redondos, con ojos brotados o achiquitados, operados de la cola, los cachos y las pezuñas.

Una canción parrandera antioqueña, dice: “quisiera ser el diablo, salir de los infiernos, con cachos y con cola, y el mundo recorrer...”. Y no sé si por premonición o por profetismo de secta o porque ya se estaba dando el caldo, el diablo con su cría de diablitos comenzó a colonizar gente casada y soltera, pobre y rica, espacios abiertos y cerrados, oficios varios, saberes e ignorancias, posiciones políticas y económicas, y no como una figura general (el diablo tradicional de cuadros y estampitas) sino particular (el yo contaminado) que se da a todas las pasiones y desmesuras, deforma la realidad y convierte deseos y obsesiones (ideas falsas) en fines a los que nunca llega, pues a fin de cuentas el diablo (llámese demonio o Satán, Lucifer o el señor de las tinieblas) es un castigado por él mismo y es lo que le pasa.

De diablos están llenas las teorías sicoanalíticas y los manuales de exorcismo, las calles con árboles y sin ellos y las salas de reuniones, los buses y los concursos, las discusiones políticas y hasta las científicas, las envidias intelectuales y las transmisiones de fútbol, los planes económicos y las planeaciones urbanas, que en estos de criar diablos el mundo que tenemos (que está acabando con la tierra) es terreno fértil y propicio para las mutaciones diablunas que entran en índices de utilidades, propuestas de robotismo y distopías programadas, a más de cambios estéticos para envejecer con silicona o seguros que no cubren las nuevas enfermedades. Y esos diablos, que habitan toda clase de círculos (el séptimo es el peor porque ahí están los traidores y los mentirosos), se flota y muerde, se hiede y ya no hay más. Pasa.

Acotación: en las teorías diablescas, los diablos son enredadores, empujadores, obstaculizadores, creadores de confusión y su representación es una promoción de carnaval. Y siempre es uno (uno mismo) y su infierno es particular. Y no sé qué pasa ahora que, con tanta competencia, los diablos no se acaban sino que se multiplican más. Si se siente aludido, preocúpese, leí en un aviso.