Columnistas

SOBRE TANTO SEÑALADOR

12 de mayo de 2018

Estación Etiqueta, que nada tiene que ver con comportamiento en la mesa ni con relación a los buenos modales (cosas cada vez más escasas; por no decir, raras), sino con un papel político o emocional que se le impone al otro para señalarlo, denigrarlo y, en caso de fanatismo, perseguirlo, acosarlo y aislarlo. Así que a esta estación llegan los desahogadores de venganzas (psicología de transferencia), los buscadores de culpables, los mezquinos y arribistas, los retaliadores, los furiosos de sí mismos, los superhéroes de película, los que no logran adelgazar y esos cuya cara no cambia el espejo, por mágico que sea. En fin, todos los que tratan de hacer “justicia” de manera neurótica, cuando no psicótica y alebrestada, producto del calor y las frustraciones, de la felicidad que no llega a pesar del consumo. Y en este asunto aparece el chivo emisario cargando pecados ajenos.

A finales del siglo pasado se habló de la edad de la inocencia (no admitir responsabilidades), del individualismo desbordado (yo por encima de todo), del complejo de Adán (el mundo comienza conmigo), pero que ahora aparece otro tópico: los tiempos de la venganza. Y esto, que tiene título de película Western, comienza a tomarse el mundo. Basta ver las redes sociales (en cualquier idioma) injuriando todo el tiempo, etiquetando con ira, yéndose contra otros sin que medie más que el dato emocional, cuando no la mezquindad, la ignorancia atrevida y el odio. Y usando un lenguaje que demuestra las fallas de la educación recibida o, en su defecto, el grado de frustración en el que se vive, lo que pone al animal rabioso que hay en nosotros por encima de cualquier otra consideración o alguna forma de inteligencia, aparece la etiqueta. Y como dice Freud, la busca de placer en lo peor.

Desde que la revolución de mayo de 1968 se controló con publicidad (la felicidad a partir del consumo) y marketing de capacidad de endeudamiento (todo se puede comprar por cuotas), la idea de mejorar para ser vistos (del ser se pasó al parecer) se fue tomando a la gente que de conversadora se hizo televidente, de ser útil pasó a compradora y de tener una cultura política (una manera de ver el mundo para progresar en él) a súbdito de la propaganda. Y como las promesas de la sociedad esquizofrénica (la imposición de deseos y promoción de mentiras) son pompas de jabón, el grado de frustración es alto debido a las muchas ilusiones rotas. Y en este punto, en calidad de perdedores, buscamos a quien etiquetar para sembrar nuestra furia en él. Y así, la indignación se reduce a señalar a otro y no al sistema.

Acotación: nuestra furia contra nosotros, pero en otros. Y en este juego de señaladores, la alteridad se vuelve sospechosa, el culpable es lo que se me ocurre y cualquier motivo sirve para caer en estado de histeria colectiva, mordiendo.